Desde el coche,
diciendo adiós incansable
hasta desaparecer.
Su habitación no se ha tocado
desde aquel día.
Y todos los veranos vuelve a tener
siete años, trece, dieciséis.
Sueña con amar y errar
hasta encontrar un lugar donde quedarse.
Entre alcohol y manos extrañas,
una canción distinta cada noche.
Polvo y tierra en sus zapatos
recién limpios.
Enredó su pelo hasta no importarle.
Caminó aún más lejos de lo que se propuso.
Me dijo: aquí te llevo.
Y tú, quédate con esto (nada).
Deshaciéndome, como cada septiembre.
Reptando entre paredes lisas y rugosas,
haciendo sangrar mis nudillos.
Volviendo a ella y sus caprichos,
a mis hermanos, que no están.
A las mañanas de tele y de piscina,
a tu cama, cada año más pequeña.
Ya crecerán los chicos.
Los chicos se hicieron grandes,
aprendieron también a olvidar.
En su ventana ya no hay cristales.
Su mirada no está tan viva.
No reconozco su voz.