miércoles, 25 de junio de 2008


Preciosos

Me acuesto con hambre y ganas de verte. De dejarme de tonterías, de saber hacia qué dirección debo torcer el volante (…podrías empezar por enderezarlo).

Esta ciudad sigue teniendo diecisiete años, y esta calma inmensa, y horas perdidas. Soy un dinosaurio caminando entre los coches, cuidando bien por dónde piso. Desconecta el móvil, olvida el ordenador. A ver, céntrate.

Estas peleas te mojan como una ducha fría. Tienes la cara empapada. Agitada, y tartamudeante. Sin dudarlo me has acercado hasta ti… y me has ofrecido golosinas. El amor tampoco dura siempre, Cachorro. Me has regalado un par de alas breves para este paseo.

Página en blanco

El sabor del café: consigo espabilar tras dos bostezos seguidos. Me niego a distinguir entre los buenos sueños y la buena suerte. Todo ocurrirá mañana. Espera paciente y no mires más el reloj, tan lento y áspero, tan punzante.

Tus preguntas me producen vértigo. Atraigo el color negro, empuño un pincel en blanco y trazo, rectas y armónicas las palabras. De aquí nadie me mueve.

La fascinación por los abismos viene sola e imparable. Me laten las ganas y me balancean los nervios. Tengo dudas y es tarde para no aparentarlo. Invento comodidad en los espacios que imaginas, donde aterrizo de golpe, ¡zas! Unos segundos para adaptarme y entonces abrir las puertas de mi propia casa, con su olor, con sus recuerdos.

Ha llegado el profesor. Silencio. Te contaré después.

… Respiro el frío de Irlanda a través de esta celda de cristales polvorientos. Y el calor de mi familia en Montrose. Mi primera mascota, y la alegría indespegable de mis cejas. He sido la elegida.

Baño tu cuerpo desnudo en agua caliente, y acabo fundiéndome en tu piel ardiendo, en el vapor hipnótico. Preguntas: ¿qué te gusta de mí? ¿Por qué me besas ahora? No me he dado cuenta y he derramado sobre la cama todos mis cuentos. Esquemas perfectos que el chico de la pasión incontrolable, el único, transformó en líneas titubeantes, y luego quemó con su mirada imperante.

Desaparece el tiempo. Un fogonazo me ciega: quedamos en que olvidarías todo esto. La embriaguez me empuja a llamarte, todavía, me da todo el derecho. Me ofrece una bandera, y aunque luego me arrepienta sensata, ahora la sostengo orgullosa.

Mutación

Vivo en la ciudad emigrante: los países también mutan. Nada de lo que tengo es mío.

Guardas un ligero parecido con todas las bocas que has besado. Hoy me zambullo en flujo vaginal y encuentro cada esquina que doblo aún más afilada que la anterior. El amor se fue con tus lágrimas y me regaló una cena de sabor agridulce y un postre que aún está por llegar. Te acomplejas de tu perfección y tratas de ignorar, como si fueran amigos ajenos, las oportunidades de exhibir tus ideas, sacar a pasear tu verdadero timbre de voz.

Cuánta tristeza que te vayas, y qué tortura, por tu parte, pedirme que me quede un rato más para verlo.

Traductor inmediato que reste importancia a mis palabras con sangre visceral de recién nacido. Un llanto sordo, energías que no llegan a transmitirse: no se enciende la luz. Qué incómodo, qué insípida esta hoguera, qué fiesta tan a destiempo.

El chico del mundo en su mirada parece no haber entendido. Qué bonito fue, sin embargo, todo contigo. Tu oxígeno, tu risa. Pero me he cansado de ser un payaso, mis carcajadas suenan estridentes y el maquillaje daña la vista. Me das la mano y camino sonriente, y en el fondo estoy maldiciendo mi cobardía, que deja morir mis verdaderos deseos, y da un portazo a mi voluntad, serena y mucho más grande que las razones que decido acatar. Como el chico de la pasión incontrolable, incapaz de seguir el camino correcto. Como mi hermano, abandonándose. Como la Nena, con miedo a estar sola, probando suerte sin descanso.

Muy amable con tus regalos, tus permisos de última hora. Qué satisfecha debería sentirme. Cogeré una pancarta de agradecimiento para colgarla en tu portal. Con los puños rotos y la voz rasgada de gritarme imbécil. No debí dejarte regocijar en el gusto de marcharte lentamente. “Ya no te quiero”.

Sigo enamorada del despojo rabioso de un adolescente entusiasta, de un aprendiz de artista sin gracia y sin escucha, de una noche mágica del diciembre pasado. Me deshago en promesas que no logran convencerme. Masturbo mentes ajenas e inocentes hasta agotarlas, trato de quitar máscaras y sin embargo, sigo imaginando su cara en cada uno.

Una enfermedad letal: aprovecha este minuto para contarme todo lo que olvidaste la última vez.

Invisibles

Amarte con solo mirarte. Tener todo el tiempo, no detenerme en nada. Que vuelves y me entregas sueños, escenas, un futuro de color cierto y unos brazos en los que envolverme. Un cuerpo al que no me cansaré de mirar. El chico al que nunca quise trataba de explicarse: ojala fuera pintor para encontrar un modo de expresarme.

Encontrarte después de tantos años, tú que sin darte cuenta colocaste este par de alas en mi espalda y me echaste a volar. Tú, tan insignificante, tan lejos y tan cerca, tan desconocida y tan mencionada. La luna y tú… Me basta con observarte, imaginarte, como siempre, no acercarme demasiado por si me descubres y ensucias mis planes sin estrenar. Tan perdida en tu pelo, en tus manos… dejarme la vida en tu sonrisa, olvidarme de todo si es preciso. Lo que sea.

Que me regalas belleza y no quiero ignorarlo, que se me escapa la mirada, que me desnudo de disfraces, que te hago entender, que te zarandeo y en un chasquido de dedos me encuentro sola contigo, en el mundo de El chico que hablaba sin palabras, y dejamos que la luz de la noche siga penetrando. Pasan los segundos tan rápido como queremos. Nos manejamos. Túmbate sobre mí y duerme, y quien quiera que llame a la puerta.

Me descalzo para sentir el frío del suelo, como aquella madrugada tan triste. Cuento hasta tres y juego a dejar la mente en blanco, a escuchar un despertador inexistente, a mirar cómo se escapan los pájaros que dibujé en un papel. Reclamo a gritos los tesoros que ayer me llenaban las manos, las calles atestadas de gente entre la que difuminarme. Reclamo el poder de ser invisible y de encontrar los polvos mágicos en el momento adecuado.

Me intimidas, me exiges sinceridad, me regalas algo grande y siento la deuda de compartirme también contigo. Reconozco el secreto frágil apoyado en mis rodillas, pido complicidad, y me respondes guiñando un ojo.

Tráete el mar

Te metes en mi juego y disimulo lo bien que a estas alturas me conozco tu estrategia. Puedes venirme de maravilla. Te veo, te percibo, te trago y me río de haberme creído de nuevo más fuerte que tú, más viva, capaz de burlarme de tus nervios y tu inseguridad. Me dejas clavada en el asiento, y confío tanto en ti que dejo que el sueño me venza. Relación sexual descompensada, desequilibrio incómodo. Intento encontrar los ejes adecuados, ojala tu cuerpo fuera tan grande como tus sentimientos, sorprendente, como tus ideas.

No te canses y pide más. Me duermo a deshora, me levanto por inercia. Dejé mis pisadas marcadas en la nieve sin tener en cuenta a los cazadores. Deja de hablarme, te crees que sólo te escucho cuando te paras a explicarme.

¿Quieres saber qué estoy pensando? Te estoy quitando la ropa.

La melancolía son planos lentos, arrepentimiento, colores deslucidos, voces familiares ahora sin textura. Son los caminos que no escogiste, instantes decisivos, sabor intenso entre los dientes. Es un corto trayecto en coche hacia el pantano, humo de hachís en calma. Son las piedras, el agua, el tiempo aparcado. Son desconocidos, precaución, miedo, advertencias y obediencia.

Me lo das todo. Finjo y te recibo con los brazos abiertos como pedías. Igual que El amigo - oxígeno permanece fiel desde el principio y hasta el final a su voluntad. Me abrazas y lo que siento me devuelve a él, a cuando me di entonces por un precio nulo, a las noches en su habitación, a lo cortos que se hacían los días. Que me acuerdo de todo lo que imaginé, y me faltan lienzos para dibujarlo, para expresar lo que espero. La rabia de no comprenderle, y negarme a aceptar la derrota. Silencio que evita el malentendido, excusas para llegar cada vez más tarde. Anécdotas que cambiarán su vida: tú y yo frente al reloj.

Mis zapatos

Las tardes están llenas de personas deseosas de jugar, mentes vivas atiborradas de ideas aparatosas y respuestas imprevisibles. Tengo: hormigas entre las piernas, una piedra en el bolsillo, hojas sin un espacio en blanco. Consulto el reloj: qué pronto oscurece el cielo. Como si fuera invierno y no tuviera dudas sobre qué hacer mañana. Como cuando era valiente, cuando me brillaban las palmas de las manos y el suelo ardía en llamas.

He vuelto la cara al cruzarme con mi hermano. Engañamos juntos a papá para que no enfadara. Nadie es capaz de comprar mis recuerdos, y los sueños pueden mutar. Tú, con tu papada y tus desmanes de mal genio, sin tener en cuenta los consejos desvividos, tratando tus zapatos como si siempre fuera el día de su estreno.

Ahora

Mira cómo ando, siempre insatisfecha, siempre buscando sorpresas brillantes que han sido tiradas por error dentro de cubos de basura. Que nado entre algas negras y me trago la saliva envenenada, y aún así abro los ojos al bucear, y grito más alto cuando escapo de tu cuerpo. Que no sé, que no sé ni sé decir, ni sé pensar qué debo pensar, porque el río se ha secado, que las sábanas acumulan el sudor de una noche tras otra y no las cambio ni las guardo. Ando a golpes por el barro, no me detengo en el placer que India, sin embargo, si encontró al notar cómo se hundían sus pies, al notar la frescura húmeda de la tierra, y vivir sin dejar de soñar, y soñar y protegerse, y no encumbrar sus tristezas, sino su ánimo alegre. Dijo: Si la alegría tuviese un nombre sería este: Ahora.

Me dejas ver Madrid desde lo más alto, volar en tu azotea y creerme mil personas, creerme de nuevo Leyre en "Piedras", y dejo que el viento me despeine, y te hablo con voz clara, y te miro, y me callo. Y noto que algo cambia, que desvío la mirada y me crezco, tan mínima como soy, ante la ciudad que atardece, ante todos los coches, las ventanas más lejanas. Las vidas que empiezan y los cambios que vendrán mañana. Y me siento débil, pero la más grande: Lo tengo todo, míralo!... qué bonito. Y no sé tampoco si me entiendes, si eres capaz de leer entre líneas, si beberías también de Darío y La amiga- mariposa, si no eres una mente bonita pero hiriente de vacío, como lo fue El chico de ojos azules. Me dices nervioso que te sientes bien conmigo. Titubeo y dejo que me desnudes. Y me tocas, y cierro los ojos, y te imagino, y te siento, y me olvido, y vuelvo a volar tumbada en tu cama, breve pero tan mía como mi propia habitación. Me dices que estarías mirándome todo el tiempo, y me reconozco en tus palabras, y sostengo mi imagen en el espejo.

Admiro tu cuerpo como el regalo de esta noche. Pienso como una cobarde, que no todo el mundo ha dormido siempre en casa, y aprendo, y vivo, que piso este nuevo escenario y cuando salgo me llevo los momentos pasados guardados en el bolsillo. Que aún siento tu lengua y te siento entrando, que no sé, no sé decir, y me miras buscando que te diga, y solo encuentro silencio, y no sé si comprendes. Que me sentí nueva llegando a clase, con los ojos lavados y la cabeza fresca, llena de ganas, rebosando vitalidad, y deshaciéndome sorprendentemente de la superficialidad que se amontona en mi espalda, y que tanto pesa a veces. Que no sé decir, pero me encanta dormir contigo, y bailar al mismo son desde el primer compás. Que no quiero que pares, que me estremezco al recordarlo y la inercia me abre las piernas.

Todos los espejos

Me creo a mi misma, me doy el permiso para sacar a pasear mi narcisismo y mirarme de frente, atravesar mis propios ojos. Sostengo mi imagen y me impongo la obligación de gustarme. Esta es mi cara, este es mi pelo, ahora largo, ondulado, sano, de su color. Estos son mis dientes, que aún aguardan un sueño de perfección ortodoncial bajo las sábanas. Este es mi tamaño, estos son mis pies.
Que conforme crecemos la belleza en nuestro cuerpo se marcha, me recuerdan. Labios hinchados de no tener nada que decir, ni secretos que descubrir. Llantos de bebés que nadie supo escuchar, hoy convertidos en chillidos que importunan el silencio de los amantes. Bébete las palabras para traducir tus lágrimas, aprende a explicarte, enreda tu pelo, identifica el sabor de tu cansancio. Corre para coger sitio a tiempo, créete acompañada. Engulle ese último bocado. Aprende a no temblar ante tu presencia, guarda hojas en blanco en tus bolsillos. Me hacen gracia tus principios.

Muéstrate, me dicen, no te escondas. Transforma el orgullo en equilibrio y escapa a la calle sin disfraces. Hoy intocable, hoy nimia. Hoy relleno sin dificultad todos los crucigramas de la gente que coincide conmigo en este vagón de metro. En eso consiste la valentía, pasar lista a mis miedos, clasificarlos por orden alfabético y caminar con ellos debajo del brazo.

Espanto de un manotazo la pereza, la calma adormidera, y como Benedetti, exijo que nadie a mi alrededor decida salvarse. Me reconozco capaz. Voy a inventarme que no me he quedado con ganas de nada, que respirado tantas veces como he querido. Voy a alargar el verano, voy a hacer dignas mis obsesiones, voy a tacharme de excéntrica, voy a darles la razón. Voy a romper de nuevo las normas. Borraré de tu gesto esa expresión de extrañeza. Voy a quitarme el sombrero llena de gratitud por los alimentos recibidos. Voy a llenar mi estantería de canciones que ilustren anécdotas memorables. Voy a asentir con la cabeza, voy a olvidarte ahora, a amarte mañana. Voy a darme el permiso de callar cuanto quiera. Voy a ponerles un sentido a las muecas de esa chica familiar y desconocida que me devuelve el espejo.

Nada es imposible

Los duendes se escapan… aparecen ahí a mitad del camino, miran a los dos lados, te ven venir, y se van corriendo. Mi hermana descubrió uno hace tiempo.

Qué bueno el sexo, ¿Verdad Cachorro? Eres: tu cuerpo. Eres música, viento, lágrimas. Con ello creces, vuelas hasta mi ventana. Tengo hijos extraviados y muchos más que no llegaron a nacer.

¿Qué estarás haciendo ahora?
- Durmiendo, como todo el mundo.
Espantando moscas, pintando de otro color la pared. Te vas con tus flores rotas, dices.
- Planta otras aprovechando la lluvia.
- Mi suelo está cubierto de mármoles rotos.
- Nada es imposible.

Mi puerta permanece abierta pese a que yo la dejé cerrada con candando. Hay un cartel de “no se admiten más invitados” pero en realidad espero que se interprete como un vulgar “pasen sin llamar”. Mi entrepierna es un túnel transitado. Cuántas viejas amistades he reencontrado en su oscuridad…

Te tomas en serio mis bromas, las deposito quemando en tus manos, y tu las ves sangrar, sin piel y sin pretextos. Sin jabón donde enjuagar nuestros errores, ni detergente que desincruste el vómito en nuestras camisas. Tiempo para descansar: una semana entera para ti.

Cabalgo como una más entre amazonas sin caballos pero con intenciones inquietas bajo sus sombreros. Ríete de la suerte del desafortunado, y luego gira la carta que te han dejado sobre la mesa.

Función Expresiva

La precisión interpretativa de los sentidos, el aplauso sincero al terminar la función, el abrazo, el esbozo de experiencias memorables. Me pierdo en los huecos entre milímetro y milímetro, me reservo, cierro el candado de la puerta con disimulo y doy la espalda hacia la única pared de las que me rodea que sigue transparente.

Irrompible me creía, un par de bofetadas a tiempo que me hagan pisar la calle descalza, volver a la realidad, a aquel que un día se descubrió como un desconocido, al shock de no verme capaz de asumir la sorpresa. Serenamente, reptando suave entre las baldosas, silenciosos paseáis, lento, ante mi vista incrédula y mis nervios punzantes, los que me impulsan a correr y a saltar todas las vallas, a presentarme desnuda si es preciso, como dirían los entendidos, a bordarles el papel.

Encojo las piernas, me retuerzo, bloqueo el obturador, te dejo atrapado dentro contra tu voluntad, pero con cariño te acaricio el pelo para intentar que no desees escapar. No entiendo el tiempo, me hablan de segundos, de fragmentos, de transporte, de peso, de armarios roperos y habitaciones de diseño. Apuntes que no volveré a mirar, quizás papeles arrugados. Asumo y me tatúo el aprendizaje que se cuela a través de mi filtro, y no me canso de detenerme continuamente en él.

La ascensión a los cielos de Carrero, el puño en alto, las palabras enervadas de mi abuela, la transformación del calor, emisiones experimentales, la escoliosis, los hospitales de noche, el silencio, materiales reversibles, polaridad invertida, electricidad. Etapas primitivas. Mi sangre de un rojo fantástico resbalando desde mis muñecas. El dolor inexistente de los cuerpos ajenos, el dolor que escuece y te retiene, un regalo para el narciso introvertido. Señales en línea. Un cuello prohibido, un lugar incómodo, una voz insuficiente.

Escaleras demasiado altas, escasas ganas de comer que producen cien reportajes morbosos y mil niñatas envidiosas. Excursión al campo: viajo en coche por la costa con Christina, tumbo a Diego entre las espigas y lo devoro sin miedo. Tenso mis omoplatos y los músculos se contraen en fuertes impactos. Ahora tengo el sol, un espacio inmenso, un gato en la sombra, las uñas mordidas, un vestido corto de tirantes. Formo parte de mí misma, mis normas cambian a diario.

Ideas grandes y sanas; es mi tercer parto y me siento aún torpe, tiemblo, trato de convencerme y pido: "que todo salga bien". Desconecto los receptores de sonido y disfruto del privilegio de no tener que escuchar nada. Tomo el relevo, aprendiz de fabricante de carcajadas, perfilo mi silueta. "Ocurre, confía en mí". Intercambios oficiales y fluidos de nombre impronunciable. Saludos desconcertantes, despedidas obviadas. Fantasmas que nunca llegaste a tocar.

La cuerda del ahorcado

Aviso de aterrizaje. La cuerda del ahorcado, la voz del mimo, el mar, lejos. Hoy voy a ser como la chica a quien Quique escribe en sus canciones. Hoy te recibo en mi cama, me siento sobre ti, traigo butacas para los invitados, y dejo que suene la música para que bailes con mi silencio.
Tengo la maleta cargada de tabaco y nos espera una estación en cada pueblo. Soy lo peor que tu madre hubiera imaginado para ti. Soy venganza, cinismo, tengo fuego en los dedos, la ropa se me escurre del cuerpo. Oscurece y estoy hambrienta. Detengo mi lengua a destiempo.

Soy una mentira recién nacida, acomodada entre tus brazos.

Con sólo tocar tu piel me bebo tu calor, absorbo toda tu energía. Patino en tu sudor. Mira qué ligeros somos, cuánto de lo que nos rodea sobra. Mira tu pelo: qué guapo estás. Me gusta tu sonrisa. Y a estas alturas aún me asombra tu falta de cansancio. Dormiría a gusto a tu espalda.

“No me gustan las mentiras”, dijiste, y sin embargo a veces dudo de tu sinceridad. Ya no hay viaje por Europa juntos, pero sí un verano imprescindible, un color azul intenso y un baño refrescante en el mar, justo ahora, cuando abres la boca y hablas.

Todos los chicos

Acaricio la cabeza rapada de E chico al que, pese a mi empeño, no llegué a querer. Me follé sus ganas de jugar, me follé sus ganas de mostrarme su inteligencia atrofiada. Abría las piernas sin esperar respuestas, y me dejaba hacer. Lo dejaba sentado, lo clavaba en mi cama y él obedecía: mírame y calla. Intentaba caminar con gracia pero todos los espejos me devolvían seria y de brazos cruzados.

Sí, nadie habla tu idioma. El chico de la pasión incontrolable dijo adiós, “me va bien, pero pienso cada día en ti”. Acariciaba su cabeza rapada y con un hilo de voz, él susurraba: no me toques. Creía que podría conformarme con una burda imitación. Un débil esbozo que me trajera su cuerpo, su discurso, sus reproches.

Me cruje el estómago, mis huesos se pueden masticar.

“Es un secreto, guarda silencio”. Un laberinto desconocido, me asustas, pero no dudo al entrar. No conozco nada de lo que veo, disfrazo razones de mentiras para no tomarlas en serio y ante mi pequeñez dar marcha atrás. Eres: un montón de ideas sin anotar, una mirada atenta, unos labios extraños. Apenas entra luz por tu ventana de persianas bajadas. Duermes. Qué bonita es tu sonrisa, cómo huele tu piel.

Pienso: voy a comprarme unos zapatos nuevos, convenceré a El chico de los polvos mágicos, escaparemos por una rendija bajo la pared del bar más oscuro de la ciudad, haremos sólida nuestra atracción y la beberemos de dos tragos.
Tengo la maleta cargada de planes, de momentos que puedo recordar sin haberlos vivido. Imagino. Y solo se me ocurre esperar.

Madrid

Madrid y sus noches deprisa, sus camas vacías. Madrid lleno de gente. Madrid y sus andenes, sus minutos. Un 28 de Julio, Madrid y un tiempo llamado "ahora". Humo de porros, bares cerrados. Madrid y tus recuerdos, tu olor, tu todo. Madrid, sangre, pupilas, yodo, goma quemada entre las uñas, viejos rockeros, cumpleaños, desconocidos.

Un chasquido de dedos. No te diste cuenta pero ya ha pasado el tren. Madrid y la esperanza, el ruido de máquinas. Los músculos cansados, búsquedas incesantes y mandíbulas que castañean.

Madrid a dormir, a cantar, a vagabundear. Madrid a salir corriendo, a detener la espera, a romper señales. Madrid con una taza de café, silencios incómodos, panfletos derramados. Madrid que rueda, Madrid que vuela, Madrid que lo atrapo entre las manos. Madrid y sus tantas caras, tantos cuentos.

Escala de grises

Ven conmigo. Quiero ponerte frente a las ciudades que siempre supiste que existían pero que no te atreviste a mirar más allá de su nombre en el mapa. Tus ojos me han hecho viajar, me he bañado en su brillo y he deseado con todas mis fuerzas que permanecieran un rato más sin cerrarse. Reconozco el cansancio, el esfuerzo infructífero tan solo para corresponder sueños a los que no quiero traicionar.

Mi hermana escribe cartas desde el mar, dice entre líneas que no tiene nadie a quien hablar, que el tiempo se consume y ya tiene treinta años, y una casa y un buen partido como novio. Sigue pintando cuadros y sé que la esperanza es inherente a su persona. Sin que se de cuenta, oigo que echa de menos La Mancha, los veranos en el patio. A los abuelos, las noches en que se aprovechaba de ser una desconocida. Que vive a gusto en una vida sin complicaciones porque no encuentra razones para justificar su falta de estímulos. No has nacido para esto, pero nadie te lo recuerda y a mi no me quieres tomar en serio.

Me he dado una semana de plazo para regocijarme en mi tristeza. Llega la noche y le pongo música a mi llanto, a las lágrimas inevitables, y retraso el momento de irme a dormir por si acaso se te ocurre llamarme, y sólo así conseguir calma. Me preguntas qué tal lo llevo... Lleno hoy tus páginas de tí, con palabras difusas en un intento fallido de desahogar lo que siento, se atropellan las ganas de contestar. Me viene tu olor, tu pelo, tu respiración serena al dormir, tu tendencia a refugiarte en mis brazos y el tacto de tu barba a medio afeitar. Me siento sola en la cama, el bolso me pesa, cargado de objetos inservibles.
Intento encontrarme en cada rendija de la pared, en cada mota de polvo, darme sentido. Esbozo un repertorio de muecas frente al espejo, dejo que el sol me ciegue.
No tuviste el valor necesario en su momento. Me sentía inválida, ante una pantalla de movimientos inimitables. Cuántos colores. Qué difícil.

La cantinela de la locutora del telediario, servicios mugrientos de bares de carretera, amigos con antecedentes penales, mi hermano poli-toxicómano. Siempre quise ser como él, jugar sin miedo a cansarme, tener buenas ideas y un par de piernas fuertes para dar saltos en el barro. Contar con la tarde entera, olvidar lo que podría estar echando en falta, no dejarme convencer, vestirme con lo primero que encuentre en el armario, ver la función desde tu asiento. Qué bien.

Me iré a Lisboa y seguirá habiendo ruido de viento que me recuerde a tí. Ladridos de perros de lugares escondidos. Seguirá habiendo razones para no descansar. Levántate y echa a correr, quiero agotarte a imágenes, hacerte pelear, reconocer y gozar con la sangre roja resbalando por tus mejillas. Existen las guerras, los secuestros, las mentiras grandiosas, los incendios. Existe un pueblo llamado Mataró y vida más allá de él.

Respira su aire, trágate sensaciones sin nombre. Desnúdate ahora y deja que te toque. Quiero mancharme y meter en mi mochila enteros todos estos días.

Puede ser verdad

Qué fecha tan rara.

He soñado contigo, El chico del pelo largo y rubio, con tu piel caliente, tus gemidos. Te he hecho de nuevo merecedor de mi cama y me he proclamado diosa, clavada sobre ti. Afónica, desmaquillada. Casi un año atrás en un bar oscuro de Tribunal. Busco el lugar donde te encontré y revivo la monotonía, la excitación, la incomodidad y las mentiras de nuestra primera conversación.

Volviste brillante de tu viaje por Europa este verano. Te dormiste al sol en mi terraza, te dejaste pintar, escuchaste atento a mi otra mitad, y entre susurros inteligíblemente etílicos te oí decir que te volvía loco cada parte de mi cuerpo.
Tiro las cartas: la suerte está a mi favor.

No detengo la vista en cada paisaje que asoma por la ventana por no hacerme dependiente de cada uno de ellos, con su olor, con sus sombras, con sus horas de silencio.

Te traigo y te pido que me saludes desde la calle y luego te limites a sentir. Tres de enero ¿Cuántos años tienes?
- exactamente los que yo quiera.

Te voy a confundir con el aire, te voy a hacer desaparecer. Te voy a peinar frente a le espejo. Todo verdad: tú y yo valientes, tan fuertes como la decisión de no volver a sufrir (ante el mínimo dolor nos desmayamos). Arranca el coche y dale velocidad. No tengo claro donde vamos, pero esta vez no dejaré que las dudas te desilusionen. Porque todo puede ser mentira, y soy actriz, y te da miedo, dices, no saber, no notar siquiera si finjo al respirar.

Perdidos

La verborrea inteligible del absurdo, periodistas que predican la ignorancia, alfombras abultadas, lobos hambrientos, instintos anoréxicos. Una bomba para desayunar: trata de convencerme, te voy a regalar otra oportunidad.

Aquí estoy, mirándote, me desinflo de energía, mirándote, me pierdo en tus ideas, me emboba tu presencia. "Me siento insignificante", dices. Lee tu relato, no voy a enterarme de nada.

He aprendido a no temblar, a desdoblar mi ropa, a entrar de puntillas sin que se me oiga. He aprendido a retenerme en los recuerdos: Valdezarza, Madrid, tus vísceras descansando, tus labios, la alerta que me exigías, tus muebles viajando en metro. Irene, jugando a ser independiente y descubriendo que le gusta. Una cama improvisada en el salón.

Desconcierto, vecinos anónimos. Me revelo y me lanzo ante el primer paseante que se cruza en mi camino. Le agarro con fuerza de la solapa, le clavo los ojos y le grito ¡¿es que no me entiendes?! La rabia no me deja respirar. A mi alrededor, muñequillos que se mueven con gracia. Caigo derrotada. Expresión de rechazo y miedo: otro imbécil me desprecia, sin pararse a mirar mis huellas en su chaqueta, sin agotarme a preguntas, sin tratar de conducirme, condenado feliz a su estatura mínima.

Tráfico, muerte, tráfico, drogas. Acostumbrados a la crueldad, al dolor, que no existe. Nos reímos sin razones y luego nos lamentamos de la pena que nos da.
Busco fiesta en el cementerio, animo las lápidas dando palmas, las letras bailan al cerrar el libro. Mi madre interrumpe el autismo auto-inflingido ¡qué tonterías estás pensando!

Pega otro trago de tu copa, comprueba que cada elemento de tu cara sigue donde estaba, pronuncia una palabra bonita. Llama gorda a la niña triste, idolatra a Bukowsky y reza: sálvame del derrumbe final.

Nosotros

Dos líneas rectas trazadas con dificultad.
Eso somos.

Tu celda

Mi almohada retiene el olor de tu sudor, tu sexo, tus ganas, tu energía. Tu pelo largo, rubio, cayendo sobre tu espalda. El chico rubio que odia las mentiras, el de cara y conversación de niño, al que le sobra una mirada para entrar a regalar placer y no despegarse del contacto con el cuerpo que acaba de encontrar. Quien dice que amó y que sin más la chispa se fue apagando, quien ama sin entregar nada intangible. Quien juega a conocerse y confía en su poder para entender todos los gestos, para responder a los gemidos con vida propia. Quien no juzga su presencia, y no es consciente de su belleza, de lo reales que son sus muecas, los orgasmos intensos en su cabeza, echada para atrás, sus ojos cerrados, el cuello estirado, su boca... y sin perder de vista mis manos. Me asombro de no encontrar palabras que ilustren la confianza en mi personaje a su lado.

Amaneció. Se peinaba frente al espejo, y yo desde la cama observando, aprendiendo. Su torpeza, el tesoro en su pelo. Sus párpados que no dejan casi pasar la luz. Sus posturas sin forzar, sus ansias de gozar y demostrar su destreza. Me río de lo bien que sabes venderte, y cuando te oigo cantar miro hacia otro lado, me reconozco ingenua, jueza de tus movimientos. Me tomo en serio el juego y te abro mi cama, claro que sí. Soñaré contigo esta noche, y esquivaré ya agotada tus deseos despiertos, tu insomnio hormonal. Con frialdad ante el objetivo: este soy yo y esto es lo que tengo; Malasaña entera soy yo, este viernes noche: yo. La gente del bar no existe, ni su música, ni el lugar de donde venimos. Existe mi cuerpo y existes tú, y mis ganas de tocarte y culminar.

Mis bolsillos no admiten que el tiempo entre en ellos. Amanece fuera, nieva, los coches se amontonan en sus atascos diarios, y nosotros empañando la ventana de la habitación, golpeando las paredes con nuestra respiración, mirándonos de frente, sintiéndonos. No hay verbos impronunciables, ni objetos prohibidos, ni cuevas inescrutables. Hoy me siento a gusto. Quiero que me enseñes tus costumbres, tus mejores momentos, tus noches acostado temprano y solo. Tus conflictos. Pero me conformo con verte como te muestras. Explorador, incrédulo con los placeres que últimamente te abordan. Todo el placer que puedes sentir. Has visto que has llegado donde quizá nunca imaginaste. Y quieres más.

Carita de pena

Las bromas insistentes pierden su gracia. Otra vez poniendo a prueba mi paciencia. Tengo una memoria tan fuerte, que su energía podría prender fuego a esta sala con poco que me pusiera a recordar. Me has llevado de la mano hasta el sillón. Me has dicho: siéntate y escucha. A los dos segundos sólo me preocupaba de disimular mis ganas de bostezar.

Echo a volar. Aprovecho vuestro asombro para ordenaros: quitaos la ropa. Quiero un orgasmo intenso de cada uno. Después podéis coger vuestras cosas y marcharos, haciendo tanto ruido como podáis. Tu palidez me repele. Pides a gritos una sodomía solidaria. Algún día…

Dice El chico que está lleno de sorpresas que el sexo está desvinculado de cualquier sentimiento. Intento echar mano de mis apuntes de otros años, ahora que los necesito, y solo encuentro hojas en blanco. Pero sé que sabes que te entiendo. “Te he llenado el corazón”, dices. Observabas el número sin bajar del escenario. Comprendo cuánta sed puedes tener. He visto agua y viento e tus ojos inmensos. Intocable, enigmas volátiles te acompañan. Un perro amigo te espera a la puerta del bar. Voy a ver qué encuentro dentro de este coche.

Un solo color

Material gastado en mi mochila. Un hartazgo lo suficientemente duradero como para que empiece a ser real. Un reloj impertinente, unas sábanas infectadas, ropa mojada en la terraza.

Regalo mis gestos a cambio de que algún observador voluntarioso se haga rico a mi costa. Constato mi poca vergüenza, mi falta de patrones, mi desintegración, mi lenguaje, mis arcadas. Camino con cautela para no deshacer los hilos frágiles del orden, para no despertar a los dormidos, para no estallar dando un golpe en la mesa. Acojo mis impulsos.

Acaricio a la aprendiz de persona con sus diecisiete años y la ilusión incandescente, con su mundo tan valioso y su pelo brillante, sin que ella lo sepa. Escucho de nuevo su canción, sus chistes. Intento abrazar su voz, imitar sus movimientos, espantar de mi cara la mueca de superioridad, la evidencia de que sé que aún le queda mucho por ver. Escruto la profundidad de su mirada, y casi adivino de dónde viene. La retengo unos instantes y luego la dejo marchar. Sé que mi presencia le deja tranquila, que ha recibido certeza en mis palabras y que se aleja contenta.

Esta felicidad consiste en que la comba no deje de balancearse. Esquivo la filosofía en la que se asientan los pilares endebles de quien pretende darme lecciones. Doy forma a las intenciones difusas, empuño la espada, me creo. Soy capaz.

Todo es mentira

No sé que me pasa. El tópico de que todo me sale mal se queda atrás. Me digo que no pasa nada, aparento normalidad, miro de frente el plato de comida y empiezo a comer en un gesto de protocolo interpretado a la perfección. Mi madre orgullosa, su niña come, come muy bien, todo lo que le pongan en el plato... Nunca me ha gustado comer, mi cuerpo no es mi cuerpo porque no he sido yo quien lo he alimentado. Tengo miedo de desenmascarar mi verdad para encontrarme, no sea que ésta sea aún peor que lo que han hecho de mí. Me alivia ser la dueña de mi comida cuando sale, ser la dueña de mi dolor cuando me rajo los brazos, sentir mi obra, mi fruto, para esto sirvo. Me lleno de imágenes, de palabras, de gestos que no soy capaz de traducir porque no encuentro el idioma, no tengo una cara en que reflejar todo lo que aprendo, no me correspondo... no me corresponde mi cuerpo flácido y fofo cuando pretendo subir las escaleras corriendo. Demasiados peldaños, demasiadas escaleras, demasiado alto el listón como para pretender alcanzarlo... No me quiero y no quiero tu sucia comida.

No quiero ser la niña gorda de la clase, fingiendo ser feliz, siempre sonriente y muerta de tristeza por dentro. No me importa vuestra risa, no me importan vuestros insultos, me da igual que me llames gorda cuando aparentas seguridad con tu cuerpo esbelto. Me insulta la obesidad... "he sido anoréxica" me dices, obesa, gordísima, y esperas que me lo crea... cierro la boca y mastico, maldiciendo tu cinismo y tu envidia... Espero más de otro día, relleno los crucigramas de cada persona que viaja conmigo en el vagón de metro, les miro a los ojos y deseo con todas mis fuerzas que averigüen cuál es mi fuente de recursos, que se interesen por saber porqué también hoy he decidido moverme, levantarme, moverme y caminar. Me dices que es una tontería. Pienso en mi boca, en mis piernas, y son tan reales como monstruosas. Me planteo mil salidas antes de coger la cuchara, pero acabo accediendo como la buena hija obediente. Más canciones tristes para mi rincón, más velas que se apagan mientras espero tu llegada, que me digas contenta que has encontrado a alguien… y pudrirme porque sé que ya no te valgo, que no me miras cuando bailo por no asquearte, que no me escuchas por no pasar vergüenza.

Hay días que trato de verme a ese otro lado, intento salir de mi cuerpo y escucharme como si fuera otra persona, trasladarme al mundo de fuera, lleno de música y de silencio agradable... echo de menos tantas cosas. Me he quedado sola con mis vómitos y mis espejos, es lo que más me duele.

Trato de agarrar con fuerza los consejos que salen endebles de mí misma, de mis padres, de los amigos que ya no tengo. Pero no puedo ignorar su debilidad y su falta de voluntad de quedarse a mi lado. Les han convencido con falsas expectativas, sigo siendo quien nunca he sido, lo que han hecho de mí, y no me gusta, y es tarde para empezar de nuevo, no sé. Tampoco quiero amargaros más con mi verborrea de niñata inútil, castigada por no comerse todas las lentejas del plato.

Los valientes

Navidad: estreno chaqueta y coño. Me desnudo impaciente por mostrarte mi nueva cara. Aplaudo a los valientes que pronuncian en alto la palabra sexo. Busco razones para quien no me entienda, para mantenerlos tranquilos. La mala conciencia de no acudir puntual cuando me llaman a veces me paraliza.

Busco la chispa que me encienda, que me proponga una acción, por absurda que parezca. Con un gesto sereno te tapo la boca: tú y yo, hablando sólo de amor. Tú aquí, yo, nadie más. Así lo defines. Así me respiras, me adivinas, me obvias, me enganchas. Te imagino en otras camas, abrazando otras memorias, y me gusta la extrañeza que me provoca saber que hace tiempo ni te conocía.
Tras varios asaltos intimidada y muda, temblorosa de indefensión, decido dar forma a un nuevo ser animado, con mi voz y mis pies: Amar, la aprendiz de actriz, quien se toma en serio cada escena y dejó enterrada bajo la alfombra, a los diez años, la vergüenza de reconocerse única víctima del juego.

Materia inflamable

Tranquila, me digo. Sigue caminando. Los acontecimientos llegan solos, a veces suave, a veces ni los ves. Mira cómo ha cambiado el tiempo las cosas, cuantas flores en el jardín (alguien las regó por ti mientras tú no estabas). Te acaricio el pelo, me enfrento indefendible ante tus ojos, brillantes y oscuros, y deseo perderme, tomar por perfecta una excusa cualquiera y huir, cambiarme el disfraz. He estado tantos días aquí arriba que no me acostumbro a bajar y tocar el suelo, como todos. Como todos.

No te preocupes, me digo. Date cuenta de hasta qué punto no significamos nada. Quien ahora te mira ha dejado de pensar. En diez minutos su suerte cambia y se convierte solo en recuerdo para los pocos que atendieron a su voz, ahora improbable. Negro, blanco, ahora gris. Ahora pongo todo mi empeño en causas absurdas. Imagino el mundo en mil años y me alegro de que se me conceda el privilegio de gozar continuamente.

Materia inflamable, una llama enorme, un calor irrespirable: eso hay. Un hilo de cometa partido, una fábrica imparable. Productos, futuro, fuego. Fuego, arde y no lo notas.

Cara a cara

Mírame.
No me creo nada.

Con tu foto en mi bolsillo

Rompo los guiones y te miro a la cara. Me quito las máscaras y exijo que también tú te desnudes, que apartemos a un lado los pretextos que no dejan entrar la luz sobre la verdad. Olvidarnos, sin palabras, amarnos, como amé cada gesto que entregabas, cada mirada que se te escapaba. Como sigilosa corría detrás de ti cuando no te notaba a mi lado. Inquieta detrás de la puerta, imaginando a cada momento qué podría haber encontrado en tu habitación. Buscarme, quizás, entre los pliegues de tu ropa, revolver los recuerdos. Abrir cada día, incansable, de par en par la ventana para hoy tampoco verte llegar.

Las dudas, tan frecuentes que ahogan mis impulsos, tan densas que apenas ya distingo cuales son, cuales eran mis intenciones, qué pretendía al tenerte entre mis brazos: beber, aprender. Cerrar fuerte las manos para no poder evitar que acabaras escurriendo entre mis dedos. Coloca la nota adecuada tras la melodía escogida: canción perfecta.

Días sumida en la rutina imaginaria, en la excusa absurda para negarme a reconocer tanto tiempo vacío. Abierta como nunca, irreconociblemente desnuda me mostré ante ti, delante de todo el mundo, solo para ti. Pronuncio una palabra tan simple como “adiós” y me despido de la inmensidad que supone el lugar donde creía forjar mi dedicación, me despido de mis confidentes, de todos los secretos allí vertidos. Me despido de ti, mi sorpresa, mi apoyo, mi matiz, mis sonrisas, mi seguridad, mi desvarío, mi pequeña esperanza, mi compañía repentina, mi aliciente, un camino paralelo, iniciado a la misma vez. La persona que tanto busqué. Mi guiño, mi razón, ese otro mundo, el mundo que tanto echo de menos ahora.

Guardo la magia de aquellas noches y la sensación reciente de inquietud por volverte a ver. Guardo también una gratitud que me desborda, un tesoro escondido que sólo tú entiendes por qué brilla, dos monedas que sortean mis decisiones, y tu foto en mi bolsillo.

Instinto asesino

Busco la inspiración en un cigarro. Reprimo el instinto asesino y escucho paciente, sin interrumpir. Otros ojos se acercarán a mirarme, pienso, obviando el gesto de incredulidad protocolario, impuesto por los inquietos envidiosos.

Se repite el estribillo. Por más que recorro cada día el mismo camino no consigo fijar mi huella en la arena. Tímida y escurridiza, como un pez que se agita fuera del agua. A medida que avanza el día mis planes se van volviendo irrisorios.

Dejaré encendida la luz del pasillo para que no te pierdas al llegar. Voy a ir afilando las puntas de los lápices y a diseñar nuevas sonrisas espontáneas. Voy a dejar que tus caricias se abran paso entre mis piernas. Intentaré hablar con tus besos, sin que tú te enteres.

Al doblar la esquina

Encended dos velas y que sigua la música. Tenerte tenue y tembloroso, gozando incrédulo, fuerte, sabio, honrado y salvaje, sudando conmigo, piel contra piel, tu pecho en el mío, tu sexo estrellándose, viajar volar, crear y crecer. Convertirnos en seres tan cotidianos como extraños. Recibir cartas nuevas cada día. Verte, mirarte… mirarte, conocerte, adivinarte, olvidarte, sorprenderme.

Cierra los ojos y alégrate porque ayer todo fue cierto. Los cierro con fuerza para guardarte bien dentro y que nadie te pueda robar. Me llevo tu cuerpo, tu deseo, tus gemidos, tu placer, tus ganas, tu boca… y los hago míos. Alegrarse de estar vivo, Chico - magia, y dormir cuando apetezca, abrazado a quien quieras. Me llevo también tu luz, tu intimidad, tu atención interrogante y tu despiste. La belleza está detrás de las normas, las hemos enderezado a nuestra manera. Reconozco lo libres que somos. Caminé a ciegas convencida de que no iba a toparme con un muro de piedra. Qué bien.

Amarillo

Cuenta tus pasos, intenta no desmayarte.
Respira, llena tus pulmones frágiles, cansados.

Beso cuerpos desconocidos, me bebo su vida. Desafino al cantar pero rasgo mi garganta hasta la afonía. Ahora estás vivo, ahora estás muerto, ahora ríes. Ahora te esfumas como el humo, ahora, desesperado, me abrazas. Balbuceas un discurso de agradecimiento.

América, China, un país llamado México que nunca conocerás. Viejos amigos que siempre iban a estar ahí, tu dolor de muelas, un lunes más, arañazos en tu coche. Opiniones desoídas, tesoros ignorados.

Me abrazas ahora, desesperado. Cuenta tus pasos…

El Sol

“La excusa, Amar, es que estoy enamorado”. Y la garantía de certeza es que me da igual lo que creáis. Qué ingenua, qué tonta, vaya vuelta a los quince años. ¿Qué me dirían las carreteras de camino a tu casa? Mis amantes son cadáveres, y el cementerio quedó inundado tras las últimas lluvias. ¿Qué me dirían las bicicletas, los mosquitos, la ventana a medio abrir? He censurado las palabras que me herían, he decidido no pisar sobre mis huellas, pero guardé cada piedra en mi bolsillo.

Sin pretenderlo mis rizos brillan al sol, y la apariencia de falta de complejos, el balanceo de mi cintura y el empeño por hablar tu idioma te han atrapado. Me besabas como si me quisieras. Imagino… cómo me gustaría contarte, llamarte y quedar contigo esta tarde. Falseo la realidad para que merezca la pena. Estiro a la eternidad los segundos efímeros de mayor intensidad.

Funciono a golpes de intuición, disfruto de la belleza que me muestra el azar, y me detengo ante la cara de cada chico guapo. Quiero conocer tu mundo, coger a tiempo el transporte más rápido. Tengo veintitrés años y no sé si es tarde o demasiado pronto. Alimento una oca que no se mueve de mi cama, y camina con delicadeza, sin apenas arrugar las sábanas.

Hierbajos, la piel de gallina. El parche para el niño estrábico, virginidad a los treinta, un acné perennemente siniestro. La mala suerte juega contigo y va ganando la partida. Las mentes deformes me atraen como imanes.

Tengo un plato de comida caliente y un perro que duerme a mies pies. Mis abuelos están vivos, su ropa aún no ha perdido su calor.

Ahora es de noche. Miro orgullosa mi huerto, y todos los frutos que guardaré para el invierno. Destruí de un arrebato el guión perfecto con sus múltiples versiones. Recordé el consejo del maestro que consiguió hacerme llorar.

Con una sonrisa de incredulidad te cuento mis planes.

Temporada de matanza: los cerdos se desangran en el patio. Desde aquí dentro puedo oírlos chillar.

Libres

Voy a jugar contigo a lo que me de la gana. No te atrevas a preguntar mi nombre, déjame que te mire. Te imagino, ensalzo tu presencia más allá de tu propia ambición, te desnudo y meto mis más profundos secretos debajo de tu piel. Vierto mis deseos y doy fuerza a mis palabras, como El chico de pelo largo y rubio, que respeta ante todo la necesidad de comunicación de su cuerpo. Y busca vías para escapar, y a la primera oportunidad, sale corriendo.

Y no duda, y no pide tiempo para pensar, y no encuentra razones para justificarse. Igual de libre, lanzando tierra al aire, cerrando los ojos. Igual de pequeña, igual de dolida. Silenciosa, como un lagarto. Asustadiza, pero valiente.
Quiero perpetuar tus sollozos, hacerme imprescindible. Quiero que grites ese nombre que desconoces y te calmes solo al verme. Quiero ser tu arrepentimiento, tu premio, tu hambre insaciable. Que tiembles al rozarme, que escondas tu vergüenza. Que te calles. Que a pesar de todo te atrevas a marcharte.
Hoy, mañana, dentro de unos años. Dame un paréntesis para echarte de menos. Esta misma tarde. Araño las paredes en busca de una respuesta, me convenzo incansable de que aún tengo uñas. Nadie me detiene, nadie me señala la puerta. Viajo a aquella madrugada y me convierto en la guardiana de tu calle. Detengo su tránsito, examino a cada persona que forma parte del exterior, y no dejo que ninguna pase.

Ofrecen abrazos, aventuras, nuevos horizontes. No me creo nada. Siguiente intento: un fracaso más.

Ficción Justificante

Año 1995, monopolio de sentimientos, impulsos etiquetados, preguntas absurdas que manan por manar, abundantes, ya aburridas. Trajes recargados, disfraces irrisorios, campanadas a destiempo. Borrachos estrellando contra el muro botellas vacías, adolescentes refugiados en las esquinas. Una espera resignada, una herida a la vista, una opinión polémica, insultos que parten de la ignorancia. Abro la ventana para poder respirar algo de aire, el viento negro me asfixia.

Fruta de sabor y color intenso, el sexo novel, húmedo, vibrante. Fraudes irreconocidos, calidad insuperable. Sandalias en verano, 22 primaveras, 22 doces de Mayo, una historia en cada butaca. Ganas, ánimo enfermizo, imágenes ralentizadas. Último capítulo: te obligo a que recuerdes nuestros mejores momentos. “Empecé a quererte justo cuando supe que ya no me querías”. Los ojos llorosos, la tarde insípida, la ceguera, la razón de tu presencia, cómo los demás te ven,

Fusión de pretextos, personas imposibles. Bagdad, Ismael Serrano en concierto. El orden, los latidos del corazón, el sueño al atardecer. La manta pesada, todo lo que estorba. Llueven piedras. Se marchó el circo ambulante, los niños crecieron de repente, no reconozco esta ciudad. Camino sin decisión, contoneo las caderas. Me estanco ante tu cara... ... ... me clavo, el mundo se calla... ... tu mirada se detiene...

Cicatrices

Voyeur desde los siete, adicta al sexo a los trece. No me basta con tu cuerpo. Quiero exprimir tus jugos y nadar entre tus tripas.

Soñabas con volverte fuerte, con altas montañas nevadas, con silencio que escuchar, con no tener que dar explicaciones a nadie y no sentir tentación de agarrar las cuchillas que bailoteaban a tu alrededor.

Soñabas y callabas. Esperabas el día y mientras tanto te entrenabas para correr. Cómo decirte, Chico de ojos azules, que si no te enamoras no vale la pena, después de lo mal que se portó contigo ese que se hizo llamar amor. Era tu vida y tus heridas. Sostenías tembloroso el teléfono… y ella esperaba respuesta.

Todos los objetos me miran con tristeza

Todos los objetos me miran con tristeza. Las madrugadas no me tienen respeto. He dormido junto a un témpano de hielo en la cama. Dijiste: voy a procurar que este sea mi último beso, dame el permiso de olvidarte. Tu voz temblaba y te dudaba todo el cuerpo. Te acercaste a mí como un animal herido, y yo apretaba con fuerza los dientes, y me atreví a darte la espalda.

Qué tremendo el color amarillo, los baches de la carretera. Nos prometimos un viaje, risas, escenarios. Me siento segura en tus manos, necesito que tu decisión de desaparecer sea sólo mentira, un arrebato pasajero. (Deseo, deseo, deseo…)

Es posible que ninguna canción hable de ti. A veces… me descubro descolgada dentro de mi propio cuadro, doy órdenes con poca autoridad. Acudo tarde a las citas importantes, se me olvida lo esencial del discurso. A veces me arrepiento por el camino y otras veces ya he llegado.

¿Te acuerdas?

Te hablo desde otra parte. Mi cuello se balancea, lentamente.
Nublo la vista: puedo ser quien quieras imaginar.
¿Te acuerdas?

El chico de la mirada atenta me abre de nuevo la puerta de su coche. Congelo el momento y, antes de dar cualquier paso, retengo su cara con mis manos, para quedarme bien con la certeza de su gesto, con el mundo en su mirada. Para no olvidar la fecha de su cumpleaños, ni sus besos cargados de un idioma que entonces desconocía.

Oculto mis máscaras. Me entierro entre mis sábanas y me lamento de no poder hacer nada por revivir la felicidad que tuve algunos días... Investigo el significado de mis sueños y no me queda más remedio que ponerme las gafas y juzgarlos con distancia. Todas las fiestas, todos los vestidos nuevos, todas las tardes abrazados, agotados. El cielo azul a las diez de la noche en verano, las bicicletas. La poca importancia que tenía el tiempo que hubiéramos estado esperando. Un pueblo llamado Montrose, la gente del África. Todo el daño que me hiciste, el esfuerzo inacatable de despedirme por fin. La nimiedad en la que te podrías convertir, y las ganas que tengo de verte.

Con los pies descalzos sobre el suelo, y las manos embarradas. Con una mala jugada y un mal perder a mis espaldas. La primordialidad de protegerme, la promesa de no volver a llorar. Chula, me llamas, con gracia, y me río, y esquivo tu imagen, y deseo tocarte, y volver a encontrarte, y convencerte.

Abstracta

Abstracta, difusa, indecisa. Abres la puerta de tu coche y das un chasquido de dedos. Cierras los ojos y antes de que quieras darte cuenta ya estoy dentro. Cierras los ojos... Desvías la mirada hacia los tejados de estas calles, los recorres de memoria una y otra vez, y olvidas, o quizá nunca te diste cuenta, que tu presencia es un regalo. Trato de traducir mis impulsos a palabras inteligibles, te hablo despacio, selecciono, dejo escapar a bocanadas liberadoras pequeños trocitos de mi verdad, y tú los absorbes y decides guardarlos, ni siquiera me devuelves lo que te ofrecí sin ser consciente, dices "prefiero quedármelo", te cruzas de brazos y entonces entiendo que por más que insista, esos secretos ya los has hecho tuyos, y como ahora los veo grandes, confío en dejarlos contigo, y además retrocedo al viernes, lo recompongo y añado la voluntad y la sobriedad a nuestra conversación. Descanso tranquila, aunque me remuevo inquieta en la cama esperando a mañana.

Me tiemblan las manos. "Ella quiso quedarse allí para siempre". Sí, quiso respirar ese momento, beberte, hacerse música y viento, notar la velocidad y deshacerse del miedo al peligro, sostenerse los párpados para no perderse ni un segundo. Así se alimentaba. "Sueño mucho, sabes? Imagino..." Imagino y deseo... aprieto los puños con fuerza y sigo viajando. Me recuesto y te observo escondida en mi propio cuerpo. Te brilla el gesto, y estás concentrado, callado, piensas, y el corazón te late a mil por hora.

Saludad al payaso más triste de la función, que no se sienta herido. Cántale tu mejor canción al oído, pero disimula tu talento, que no se sienta herido. Bienvenido al mundo de los hijos únicos, te presento a Miss Disfraces. Te guiñará un ojo, se acercará a besarte y te tenderá una trampa en la que estarás deseando caer. No te extrañes al pisar este suelo pedregoso, no te canses de subir y bajar mientras caminas. Ahora es ella quien pone las normas, esta es su manera de jugar y no tienes más salida que aceptarlo. No me pegaron ninguna lista de instrucciones a la espalda cuando nací, aunque por inercia siempre traté de aparentarlo, así que esta vez me atrevo y aprovecho el privilegio de no ser esclava de nadie, me suelto estas correas tan absurdamente irreales y me adueño del tiempo, lo domino. Y subo un escalón más, y me niego a seguir cediendo. Como India, que nunca abandona su belleza, dice: “allá quien no me entienda”. Y no se frustra porque, en principio, no cuenta con más espectadores que ella misma.