martes, 14 de marzo de 2017

Entre mis cartas barajadas


Hasta Puente de Vallecas sin pasar por Tribunal.
Aún no te has dado cuenta, despistado? Aún sigues aturdido, adormilado?

Mutilaron tu deseo hasta dejarlo sin aliento,
no me extraña.

Fecha rara aquel 2011, ni idea de por dónde queda.

Sujeto a dos manos la bola de cristal de un pasado donde impartíamos justicia con un bazoka y un par de helados.
Ninguno de los dos era virgen.

Pero ya está bien, digo yo, para esta mierda de cántico pobre y desfasado que resuena en voz de otros cada vez que de nuevo pisas Madrid.

Por suerte nada perturba mi descanso.

Mentí, erré, me disfracé y fui tan cobarde que me deshice de vergüenza
antes de que la cuerda terminara por romperse.
Antes del estallido de realidad sobre mi cara.

Me pilló además con la boca abierta,
sin margen para responder,
sin reacción a tiempo entre mis cartas barajadas.

Qué tonta.

He crecido mucho desde entonces.
Robé un reloj de pulsera,
dejé de beber porque no había motivo,
escribía, dormía en los cines y alargaba horas en el metro.

No era capaz de volver sin verte.

Espantando la certeza de tenerte lejos y yo ahogada,
torturando mis huesos entre debates, decisiones y elipsis eternas.

He crecido mucho desde entonces,
aunque sigo sin saber cómo despedirme.

Me mece un invierno tardío entre hojas secas,
trozos de lápidas anónimas y el batir de alas de nimios insectos.

Es difícil asumir, pasar página y empezar nuevo capítulo,
Nunca supe hacerlo.

He crecido mucho desde entonces.
No imaginas cómo fue echarte de menos.

Un tal Mario



Sentada frente a ti, desconocido.
Sin pretenderlo he hurgado en tus bolsas, he descosido tu ropa, he perdido tus zapatos.

Tenía pretensiones de esclavizar con ruegos tu imperturbable voluntad.
Te reté sin ambición, sin valor siquiera. Escupí al otro lado de tu casa
expandiendo así mi territorio.

Atardece.

Perros vagabundos salen ahora a pasear, chirrían los columpios.
Los chicos se hicieron grandes. Los chicos crecieron de repente.

Exploro tu pecho.
Encuentro a tientas la cremallera maestra.
Un guiño más a la casualidad: Resbala, ziiiip! Abierto.
Vaya: una maraña de cables.
No me sorprende, qué decepción.

Ni nuevas canciones, ni nuevos anocheceres rotos.
Nunca fuiste esquina solitaria, no conoces a Medem,
no puedes darme placer.

Ahora leo a un tal Mario.
Su manera de vivir se encuentra tan lejos de lo que conozco
que me invita a abrir aún más los ojos.

Ahora acuno al bebé somnoliento.
Tartamudeo y sonrío.

Esquivo tu agrio aliento cambiando ágil de camino.
Ni aprendí a volar ni aprendí a decir que no.
Salta. No te quedes conmigo.