“¿Y qué le voy a hacer si mis alas
rozaron ya tu piel?”
Comienzo la frase que tu terminas,
pones música en la escena.
Te dije, aunque no lo sepas,
que guardé cada instante de magia
que me diste a manos llenas.
Te hubiera observado durante horas
liar tus cigarros, recibir al sol con tus
gafas,
temblar de placer al terminar,
morderte el labio, sonreír.
Te hubiera dicho
que me enamoré de tu sonrisa,
que todo movimiento en ti es una caricia,
que eres un atardecer sin horas,
adrenalina,
placer, electricidad en mis venas,
calma, calma y ganas.
No sé si merezco atraparte,
mis piernas se vuelven felino incansable.
Ya no sé si piso arena o barro,
ni cuantos pasos me alejan
de lo que creí que era mi hogar.
Que ahora la única verdad
es tu cuello cálido en mis manos,
es este imán que me atrae,
es cómo respiras.
Estás en mi garganta, en mis párpados,
cuando de repente soy polvo y viento,
cuando tu boca me deja sin palabras.
Me dicen: Ten cuidado, camina despacio.
No saben que fue mucho el trayecto a
solas,
y parece que aún no han crecido para
saber
que esto es lo único que merece la pena
contar.
Somos piel, sensaciones, somos también lo
que callamos,
y todo lo que me entrega tu mirada.
Debo ensanchar los pulmones,
“ensanchar el alma”.
Por impulsos de amor me muevo.
Estás y te respiro.