sábado, 28 de agosto de 2021

En una mano un imperdible y en la otra el corazón

Decías que adorabas escribir. Pocas veces nos hemos visto para lo tanto que me acuerdo de ti.

Con tus botas de cuero, tus piercings, tu mirada azul y tu sabor a gominola.

Pocas veces nos hemos visto para la de recuerdos que tengo contigo.

Acepto sin reparos el decorado de la escena diez años después, acepto una cerveza, acepto un abrazo.

La pandemia nos ha pillado vivos y ahora juntos.

Libres, cada cual a su manera.

Libres. Cada cual a su manera.

Giras la página de la historia, esbozas unos trazos, te conformas.

Me hablas sosteniendo en una mano un imperdible y en la otra el corazón.

Pierdo la cuenta de las vueltas que he dado hasta llegar a este lugar.

Es verano, estoy sudando, no cogía un autobús desde hacía más de tres meses. Guardo la compostura mientras te espero, inquieta y con ganas.


Guerrero derrotado

Subidos sobre este escalón le dimos cuerda al mundo. Me eché a dormir y se me fue de las manos. Tenía miedo de perderme, de no encontrar un espejo en el pasillo. Temía que mis pies se hundieran en la tierra, verme forzada a despertar el pasado, olvidar el camino comenzado.

Tenías razón, se acabó la época del ensayo y error, se acabaron las clases, se cerraron los libros. Ya pasó el verano. 

Un concepto de tiempo perturbado donde 36 años han cabido en un chasquido de dedos.

Volví a aquella tarde de calles empedradas, cerveza, karaoke y metralletas. Estaba amando Madrid junto a un nuevo amigo. La cosa prometía. Con tu chupa de cuero y tu gorra de beisbol.

Me zarandeo entre relámpagos, hojeo cartas desgarradas de un adolescente enamorado. Sabes de qué hablo? Imposible calcular la anchura de su corazón.

El mundo tal y como lo conocíamos ya no existe. Así que trata de caminar haciendo hueco bajo el brazo. Quedó algo de nosotros en aquellos bares, en cementerios, en trayectos en tren a ninguna parte. Ahí estamos, entre risas, explosión e incertidumbre.

Tu y yo nos hemos visto varias veces. Has sido mi isla de calma en medio de una marea enfurecida. Compañía garantizada bajo granizo y nieve y sin poder tocarnos. O bajo 40 grados, con el ánimo hecho polvo (guerrero derrotado).

A la mujer valiente

Y al final, de la familia quedó lo que de nosotros cuentan. 

De todas las ceremonias solo consideramos una digna de nuestra presencia, de nuestros abrazos y palabras de consuelo. 

Qué difícil me ha resultado siempre despedirme, asumir de nuevo que no hay guía espiritual al que aferrarme, ni promesas de un epílogo a parte. Una mente tan abierta que no deja paso a la creencia, al manido más allá.

Agosto trae malas noticias, la necesidad de volver a acariciar la soledad presente como punto y final a tantos recuerdos juntos. 

Siempre me he considerado afortunada: era verano, alargábamos la madrugada conversando en el escalón de la puerta, antes de entrar a casa. Te acuerdas? Creíamos crecer.

Y ahora, mujer valiente, espero con el corazón encogido que el tránsito sirva de descanso, un plácido sueño al cerrar los ojos. Un paseo entre los almendros, el sonido de las hojas secas al caminar. y retomar el paso avanzado, con el flequillo a medio lado, y calmar este calor al deshacernos en el mar.

En mi memoria, que guarda textura, sabor, olor... encuentro tu sabiduría, tu lucha, incansable y tus respuestas cuando más necesité entender. Se esculpieron con cariño y mil explicaciones tus huellas en mis cimientos.

Es impresionante. No dejo de asombrarme. Temo darle la vuelta a la página para descubrir cómo continua el cuento. 

Dejaré entornada mi puerta, por si acaso la gata que vive en la calle buscara un cálido lugar donde cuidar de sus gatitos. Una rendija que deje pasar la luz, por si solo ves oscuridad.


jueves, 5 de agosto de 2021

Escenario abandonado



Palpo las paredes de este laberinto confuso, evitando encontrar la salida. Alimento cada día la esperanza que conserva una absurda creencia: el cambio reversible, retroceder en el camino, recuperar el tiempo perdido.

Qué costumbre malsana, qué absurdez, cuántos gritos. Estampo las palmas de mis manos sobre el cristal, cuento mis dedos, mis afiladas uñas. se retuercen mis muñecas.

Últimamente he viajado más que nunca. Me confundí entre las mariposas y fui a parar a innumerables escenarios, ya abandonados. Ese nudo en la garganta, estar creciendo, no entender. Escurrir de agua mis zapatos, caminar de su mano, aterrizar en el Madrid de los 80.

A pesar de eso reconozco mi suerte. Duermo entre risas y aspavientos alocados. Duermo tranquila, de momento. El sexo ya no es suficiente, vuelvo a no encajar. 

Me he abrazado a tu cintura ancha y he recordado cómo de cálida era tu casa. El tacto de tu falda, tu andar apresurado, tus sabios consejos.

No hay manual al que recurrir, no hay prospecto o vaticinio, no hay tirada de carta certera. Simplemente las palabras se han deshecho.

Rebusco en los armarios voces rasgadas por la edad, el tabaco yo los excesos. quiero recuperar los celos, la envidia, el egoísmo. Vengarme, arrastrarme. Sudar, respirar, masticar...

Las páginas se dejan mover por el viento, y mientras tanto la historia, vacía de trama, va avanzando.

Mi mayor temor era saltar sin saberlo sobre arenas movedizas. Me asustaban también las pirañas y los terremotos. 

Ahora miro atrás en vez de delante mientras activo los músculos de mis piernas cansadas. Un paso más. 

El lugar donde nos despedimos

La buena noticia es que he vuelto a escribir. 

Agarré de cómplice al viento para hacerte llegar mi última súplica: caminar en silencio junto a nombres olvidados, detener el tiempo, encontrar tu sonrisa entre mil escombros.

Me decías: eres fuerte, valiente, estás hecha de acero y polen. Luces con orgullo un par de enormes alas. Te paras, observas, arrancas a correr.

Utilizamos como traje banderas desgastadas, estatuas larvarias, un instinto imparable y la voz que emanaba desde las paredes. 

No pudo ser, nena, una vez más.

Quisiste desplegar sus párpados, soñar entre sábanas limpias, hacerle ver, convencer. Decidí escapar antes de entrar en la habitación sin salida.

Esculpí en cemento mis mejores deseos, apreté mandíbula y toqué con disimulo una silueta extraña. Un idioma desconocido, un suelo lleno de cristales rotos... Me empeñaba en avanzar descalza extendiendo bien arriba los brazos. 

Quise volver al lugar donde nos despedimos, amigo, sin saber por cuantos años. 

Mi estómago no entiende, mastico a máxima velocidad estos bocados de enorme realidad. Quién nos lo iba a decir. Me creía construida, me creía capaz de enfrentar los golpes con las cuatro cartas que encontré sobre la mesa. 

Pensaba: mis manos abarcan lo intangible. Que se adelanten, que vengan. Confiaba en que la suerte estaba de mi lado. 


Demasiado tarde


¿Y cómo escoger el momento adecuado? Apretar los dientes mientras esta noche eterna alarga sus horas. Todos duermen. También Madrid guarda silencio ahí abajo. Aunque buscara no encontraría palabras, como tampoco encontré un ápice de calma al respirar aquella nube de humo denso, sólido polvo, peligro constante.  
Creí que habíamos empezado con buen pie. Al principio me hizo gracia tu soberbia, esa chulería insolente, tu torcida sonrisa de chico de barrio. Criado en la calle, listo, como la vida te ha hecho ser. Hubiera querido arañar esos 16 años, descubrirte desnudo y frágil, indefenso, mucho más allá de tu disfraz. 
Decías: no se te ocurra confiar en mi. Mi juego es palpar tu corazón, apretarlo fuerte entre mis dedos, morderlo y escupírtelo después a la cara. Mi intención no es otra que la que más temes, te lo dejo claro para que no tengas dudas. Y ahora, si has venido a mirar, atrévete a quedarte.
Hay algo contra lo que no puedo mantenerme indemne: cuando la locura me mira de frente. Y cuando aún es pronto, por lógica, para tanto sufrimiento.
Nombré cada esquina de tu cuarto mientras te imaginé dormido. Retrocedí dos pasos más para esquivar la amenaza.
Corre, nena, sal corriendo cuando puedas porque por más que quieras crecer tu tamaño ya no aumenta. No hay personaje que pueda sostener este guion basado en gritos desgarrados, temblor, y mueca incomprensible. 
Yo no sé, yo no tengo armas, yo no quiero pelear.
Saldré perdiendo, como siempre, pero esta vez de nada sirve la admirable maestría al disimular. Serás una vez más la excepción dentro de esta realidad extraña que todos se empeñan por decirte que es normal.
Una llamada a la semana desde la cárcel, cuatro pastillas diferentes después de cenar.
En el mundo no existe un hueco en el que encuentres tu molde. En tu espejo no hay metas, ni objetivo, ni un referente a quien idolatrar. En esta casa que es tu mente tampoco hay siquiera un camino equivocado por el que echar a andar. 
Ojalá pudiera cambiar la previsibilidad de este rumbo que te lleva a golpes hacia el borde del acantilado. Ojalá de algún modo esto dependiera de mi valentía y de mi arrojo.

En esta casa se cerraron todas las puertas. El reloj funciona marcha atrás. Y para ti siempre será demasiado tarde.