miércoles, 12 de julio de 2017

Lo tuyo con Jack Daniels



Tocaban Tahúres y yo me probaba un pantalón nuevo.
Ahora que lo pienso, qué difícil fue aguantarme.

Mientras intento adaptarme al molde tras haber pegado el estirón, te pregunto: Cómo te va?

Quizás esperaba una larga conversación, que nos amaneciera hablando de cómo nos ha cambiado la vida. Desiertos, cunetas y mares en calma.

Recuerdo tus palabras comprensivas, tu paciencia de concurso, tu amor por la música, por la lectura y el Jack Daniels a palo seco.

Creo que creí haber crecido demasiado.
Ensayando entonces atisbos de traición,
los termómetros marcando niveles incalculables de egoísmo.

Recuerdo aquella árida tarde en mitad de la Ciudad Irreal,
sin encontrar direcciones ni lugar donde poner a la sombra nuestros planes.

Recuerdo tu presencia, tu café, cómo lograste entenderme.

Me pilló en un momento sin excusas, perdí el guión y el personaje huyó sin miramientos.
Oscilaba entre el deseo de cobijo y la desaparición repentina.
Empujando la puerta de aquel cine, sin una idea con la que escribir mi película.

Ha pasado mucho tiempo... Imposible hallar el origen donde comenzaron nuestros pasos.
A penas llegué a conocerte.

Y ahora lamento no haber atesorado, como más tarde aprendí, cada risa contigo, cada tarde de verano entre tabaco y mapas de un futuro incierto.

Ahora lamento no haber reconocido lo que supusiste para mi, ayudándome a colocar de nuevo las piedras de mi edificio, hecho añicos tras los terremotos.

Te decía: Mi cama arde. La comida no aguanta en mi estómago. Entre mis piernas guardo las pruebas de unas uñas afiladas. Estoy conociendo el dolor, el silencio.
Me he subido a un tren sin frenos.

Y a mi lado caminabas, sereno. Encendías un pitillo y callabas, teniendo tanto que contar...
Supongo quizás que necesitaba un amigo.

No ordené bien mis cartas pero ya conocía la jugada maestra.
Me lancé al all-in con una mano de mierda.
Un séquito de aficionados invidentes aplaudían enfervorecidos.

Y me crecí creyendo crecer.
Engordé hasta no caberme la ropa.
Salté tapias y levanté con dos dedos las vías de hierro ardiendo.

Ojalá, después de todo, conserves un leve recuerdo.
Ya sabrás de lo breve y repentino.
Ya sabrás bien lo que verdaderamente importa.

Así que este presente continuo me ha llevado de nuevo a aquella etapa quemada.
He recuperado algunas fotos.

Quería contarte que en un tiempo no fuiste un desconocido.
Que me alegro de que tomaras buenas decisiones,
de que seas feliz con lo construido.

Este boli ya sabe lo que pienso.
Una tarde, con un café, si quieres nos contamos.

Ilusos


Quizás no hacía falta tantísima parafernalia.

Dibujo laberintos irresolubles a modo de mapa, y los coloco a la entrada de mi cerebro.
Intentando engañar al hambre.
Dar el chivatazo de que en mi puerta siguen morando criaturas deformes.
No levantan dos palmos del suelo, pero desde aquí puedo oír su risa.

Plaza Elíptica, Usera, Legazpi.
Sienta tu culo de nuevo frente al ordenador.
Hay que ver cómo ha pasado el tiempo, Harvy.
Miremos donde miremos, en el momento en el que miremos,
siempre encontraremos el ejemplo de alguien que luchó como si fuera posible vencer.

Soy tan ilusa que en cada extraño veo familia.
La religión nunca osó penetrarme.
Soy tan ilusa que hoy he vuelto a ponerme tacones.
Ilusa... Cobarde, asesina, ignorante.

Busco tu lecho entre multitud de lápidas sin nombre.
El amarillo es un color incierto.

La hija del ferroviario era consciente:
si el tren decelera su ritmo, el viaje se acaba.

Vuelve el verano del 82, cuando aún no existías.
Mis hermanos murieron a cuatro años de hacerse adultos.
Recargaban bien de libros sus estanterías
pero vistieron siempre el mismo traje.

Soy tan ilusa que aún hoy espero su llamada.

No engañéis al caballo ganador con falsos premios y metas inventadas.
Va a correr más de lo que le permita su aliento,
y cuando mire hacia atrás no sabrás qué decirle.




miércoles, 5 de abril de 2017

Zapatos Nuevos


Resulta que ahora ya no bebes cerveza.
Bebes algún vapor descafeinado con saborizante a risa beata y cuero aplasticado.

Me importa por tener una razón para señalarte con el dedo, pero en realidad sigo admirando tu rareza. Como aquel día en que reclamaste dos Heineken sin la menor necesidad de explicación.

Te observo en silencio a través de multitud de agujeritos. Exploro tus vaivenes cual fan adolescente, como cualquier novia con las que he tenido la obligación de lidiar.

Mis ideas se agotan de sueño, mi frente va a estallar.
Crezco. Pero Madrid sigue cumpliendo 20 años cada 4 de abril, entre compases de viento inesperado y tráfico incansable.

Estridentes campanas anuncian una nueva visita. Esta vez se llama: Adelgaza. Ya conocí a Viaja, Corre, Estudia, y Dejadecotillear.

Demasiadas terapias, escasos resultados. Las estadísticas se perpetúan al fondo de este estanque abandonado.
Ya no se oyen crujir las hojas secas al llegar el otoño.
Ensuciaron con mierda y barro tus mejores recuerdos, tu galería de cuadros, tus zapatos nuevos.

Cepillaría tu pelo hasta ayudarte a dormir. Mira mis hombros, mira qué enormes mis manos. Mi fuerza es más grande que la nostalgia que hizo temblar a Safo.
Vigilaría mientras duermes, cantaría contigo.

Cuando érais pequeños, hace ya tiempo, buscasteis con esmero el trozo ideal de playa para guardar. Hemos estado lejos.

Demasiado lejos. Qué rabia.

martes, 14 de marzo de 2017

Entre mis cartas barajadas


Hasta Puente de Vallecas sin pasar por Tribunal.
Aún no te has dado cuenta, despistado? Aún sigues aturdido, adormilado?

Mutilaron tu deseo hasta dejarlo sin aliento,
no me extraña.

Fecha rara aquel 2011, ni idea de por dónde queda.

Sujeto a dos manos la bola de cristal de un pasado donde impartíamos justicia con un bazoka y un par de helados.
Ninguno de los dos era virgen.

Pero ya está bien, digo yo, para esta mierda de cántico pobre y desfasado que resuena en voz de otros cada vez que de nuevo pisas Madrid.

Por suerte nada perturba mi descanso.

Mentí, erré, me disfracé y fui tan cobarde que me deshice de vergüenza
antes de que la cuerda terminara por romperse.
Antes del estallido de realidad sobre mi cara.

Me pilló además con la boca abierta,
sin margen para responder,
sin reacción a tiempo entre mis cartas barajadas.

Qué tonta.

He crecido mucho desde entonces.
Robé un reloj de pulsera,
dejé de beber porque no había motivo,
escribía, dormía en los cines y alargaba horas en el metro.

No era capaz de volver sin verte.

Espantando la certeza de tenerte lejos y yo ahogada,
torturando mis huesos entre debates, decisiones y elipsis eternas.

He crecido mucho desde entonces,
aunque sigo sin saber cómo despedirme.

Me mece un invierno tardío entre hojas secas,
trozos de lápidas anónimas y el batir de alas de nimios insectos.

Es difícil asumir, pasar página y empezar nuevo capítulo,
Nunca supe hacerlo.

He crecido mucho desde entonces.
No imaginas cómo fue echarte de menos.

Un tal Mario



Sentada frente a ti, desconocido.
Sin pretenderlo he hurgado en tus bolsas, he descosido tu ropa, he perdido tus zapatos.

Tenía pretensiones de esclavizar con ruegos tu imperturbable voluntad.
Te reté sin ambición, sin valor siquiera. Escupí al otro lado de tu casa
expandiendo así mi territorio.

Atardece.

Perros vagabundos salen ahora a pasear, chirrían los columpios.
Los chicos se hicieron grandes. Los chicos crecieron de repente.

Exploro tu pecho.
Encuentro a tientas la cremallera maestra.
Un guiño más a la casualidad: Resbala, ziiiip! Abierto.
Vaya: una maraña de cables.
No me sorprende, qué decepción.

Ni nuevas canciones, ni nuevos anocheceres rotos.
Nunca fuiste esquina solitaria, no conoces a Medem,
no puedes darme placer.

Ahora leo a un tal Mario.
Su manera de vivir se encuentra tan lejos de lo que conozco
que me invita a abrir aún más los ojos.

Ahora acuno al bebé somnoliento.
Tartamudeo y sonrío.

Esquivo tu agrio aliento cambiando ágil de camino.
Ni aprendí a volar ni aprendí a decir que no.
Salta. No te quedes conmigo.


domingo, 12 de febrero de 2017

Siete poetisas muertas

Se soplaron las velas, se cantó acompasadamente a coro, se cerraron los portales, todas las farolas de mi calle acabaron por fundirse.

Me acompañaban tres monedas extranjeras y mi mala suerte con disfraz de grandiosa oportunidad.
Te desperté de tu letargo, destrocé mis huesos caminando, alimenté a cada perro abandonado.

No oigo música en el metro. Piso descalza. Se agrandan mis ojos. Convierto en humo el fuego en mi garganta.

Congelada en invierno, en soledad, como Los Andes. Como cada cementerio olvidado, cada error en la historia. El arma asesina ahora bien limpia, aguardando en el armario.

Te negabas a crecer, era imposible.

Pedías limosna entre alaridos de rabia. Asististe obligada a la escuela, pero a nadie le importa. A todo el mundo le da igual.

Otra vuelta más: desde Cuatro Caminos a Legazpi buscando un nido donde incubar mis criaturas.
Escarvo entre mis encías, busco una señal del pasado. Busco recuerdos escondidos en su enfermiza timidez. Insultos, carcajadas. La piel muerta de siete poetisas suicidas.

No reconozco a nadie de quienes se atrevieron a soñar sobre mi cama.

La ciudad que jamás me entendió hoy me regala unas botas de cordones rosas y me presta un teléfono con rueda.

Marco... espero.
Marco... comunica, espero.