miércoles, 25 de junio de 2008

Perdidos

La verborrea inteligible del absurdo, periodistas que predican la ignorancia, alfombras abultadas, lobos hambrientos, instintos anoréxicos. Una bomba para desayunar: trata de convencerme, te voy a regalar otra oportunidad.

Aquí estoy, mirándote, me desinflo de energía, mirándote, me pierdo en tus ideas, me emboba tu presencia. "Me siento insignificante", dices. Lee tu relato, no voy a enterarme de nada.

He aprendido a no temblar, a desdoblar mi ropa, a entrar de puntillas sin que se me oiga. He aprendido a retenerme en los recuerdos: Valdezarza, Madrid, tus vísceras descansando, tus labios, la alerta que me exigías, tus muebles viajando en metro. Irene, jugando a ser independiente y descubriendo que le gusta. Una cama improvisada en el salón.

Desconcierto, vecinos anónimos. Me revelo y me lanzo ante el primer paseante que se cruza en mi camino. Le agarro con fuerza de la solapa, le clavo los ojos y le grito ¡¿es que no me entiendes?! La rabia no me deja respirar. A mi alrededor, muñequillos que se mueven con gracia. Caigo derrotada. Expresión de rechazo y miedo: otro imbécil me desprecia, sin pararse a mirar mis huellas en su chaqueta, sin agotarme a preguntas, sin tratar de conducirme, condenado feliz a su estatura mínima.

Tráfico, muerte, tráfico, drogas. Acostumbrados a la crueldad, al dolor, que no existe. Nos reímos sin razones y luego nos lamentamos de la pena que nos da.
Busco fiesta en el cementerio, animo las lápidas dando palmas, las letras bailan al cerrar el libro. Mi madre interrumpe el autismo auto-inflingido ¡qué tonterías estás pensando!

Pega otro trago de tu copa, comprueba que cada elemento de tu cara sigue donde estaba, pronuncia una palabra bonita. Llama gorda a la niña triste, idolatra a Bukowsky y reza: sálvame del derrumbe final.

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