miércoles, 25 de junio de 2008

Página en blanco

El sabor del café: consigo espabilar tras dos bostezos seguidos. Me niego a distinguir entre los buenos sueños y la buena suerte. Todo ocurrirá mañana. Espera paciente y no mires más el reloj, tan lento y áspero, tan punzante.

Tus preguntas me producen vértigo. Atraigo el color negro, empuño un pincel en blanco y trazo, rectas y armónicas las palabras. De aquí nadie me mueve.

La fascinación por los abismos viene sola e imparable. Me laten las ganas y me balancean los nervios. Tengo dudas y es tarde para no aparentarlo. Invento comodidad en los espacios que imaginas, donde aterrizo de golpe, ¡zas! Unos segundos para adaptarme y entonces abrir las puertas de mi propia casa, con su olor, con sus recuerdos.

Ha llegado el profesor. Silencio. Te contaré después.

… Respiro el frío de Irlanda a través de esta celda de cristales polvorientos. Y el calor de mi familia en Montrose. Mi primera mascota, y la alegría indespegable de mis cejas. He sido la elegida.

Baño tu cuerpo desnudo en agua caliente, y acabo fundiéndome en tu piel ardiendo, en el vapor hipnótico. Preguntas: ¿qué te gusta de mí? ¿Por qué me besas ahora? No me he dado cuenta y he derramado sobre la cama todos mis cuentos. Esquemas perfectos que el chico de la pasión incontrolable, el único, transformó en líneas titubeantes, y luego quemó con su mirada imperante.

Desaparece el tiempo. Un fogonazo me ciega: quedamos en que olvidarías todo esto. La embriaguez me empuja a llamarte, todavía, me da todo el derecho. Me ofrece una bandera, y aunque luego me arrepienta sensata, ahora la sostengo orgullosa.

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