miércoles, 25 de junio de 2008

Mutación

Vivo en la ciudad emigrante: los países también mutan. Nada de lo que tengo es mío.

Guardas un ligero parecido con todas las bocas que has besado. Hoy me zambullo en flujo vaginal y encuentro cada esquina que doblo aún más afilada que la anterior. El amor se fue con tus lágrimas y me regaló una cena de sabor agridulce y un postre que aún está por llegar. Te acomplejas de tu perfección y tratas de ignorar, como si fueran amigos ajenos, las oportunidades de exhibir tus ideas, sacar a pasear tu verdadero timbre de voz.

Cuánta tristeza que te vayas, y qué tortura, por tu parte, pedirme que me quede un rato más para verlo.

Traductor inmediato que reste importancia a mis palabras con sangre visceral de recién nacido. Un llanto sordo, energías que no llegan a transmitirse: no se enciende la luz. Qué incómodo, qué insípida esta hoguera, qué fiesta tan a destiempo.

El chico del mundo en su mirada parece no haber entendido. Qué bonito fue, sin embargo, todo contigo. Tu oxígeno, tu risa. Pero me he cansado de ser un payaso, mis carcajadas suenan estridentes y el maquillaje daña la vista. Me das la mano y camino sonriente, y en el fondo estoy maldiciendo mi cobardía, que deja morir mis verdaderos deseos, y da un portazo a mi voluntad, serena y mucho más grande que las razones que decido acatar. Como el chico de la pasión incontrolable, incapaz de seguir el camino correcto. Como mi hermano, abandonándose. Como la Nena, con miedo a estar sola, probando suerte sin descanso.

Muy amable con tus regalos, tus permisos de última hora. Qué satisfecha debería sentirme. Cogeré una pancarta de agradecimiento para colgarla en tu portal. Con los puños rotos y la voz rasgada de gritarme imbécil. No debí dejarte regocijar en el gusto de marcharte lentamente. “Ya no te quiero”.

Sigo enamorada del despojo rabioso de un adolescente entusiasta, de un aprendiz de artista sin gracia y sin escucha, de una noche mágica del diciembre pasado. Me deshago en promesas que no logran convencerme. Masturbo mentes ajenas e inocentes hasta agotarlas, trato de quitar máscaras y sin embargo, sigo imaginando su cara en cada uno.

Una enfermedad letal: aprovecha este minuto para contarme todo lo que olvidaste la última vez.

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