miércoles, 25 de junio de 2008

Escala de grises

Ven conmigo. Quiero ponerte frente a las ciudades que siempre supiste que existían pero que no te atreviste a mirar más allá de su nombre en el mapa. Tus ojos me han hecho viajar, me he bañado en su brillo y he deseado con todas mis fuerzas que permanecieran un rato más sin cerrarse. Reconozco el cansancio, el esfuerzo infructífero tan solo para corresponder sueños a los que no quiero traicionar.

Mi hermana escribe cartas desde el mar, dice entre líneas que no tiene nadie a quien hablar, que el tiempo se consume y ya tiene treinta años, y una casa y un buen partido como novio. Sigue pintando cuadros y sé que la esperanza es inherente a su persona. Sin que se de cuenta, oigo que echa de menos La Mancha, los veranos en el patio. A los abuelos, las noches en que se aprovechaba de ser una desconocida. Que vive a gusto en una vida sin complicaciones porque no encuentra razones para justificar su falta de estímulos. No has nacido para esto, pero nadie te lo recuerda y a mi no me quieres tomar en serio.

Me he dado una semana de plazo para regocijarme en mi tristeza. Llega la noche y le pongo música a mi llanto, a las lágrimas inevitables, y retraso el momento de irme a dormir por si acaso se te ocurre llamarme, y sólo así conseguir calma. Me preguntas qué tal lo llevo... Lleno hoy tus páginas de tí, con palabras difusas en un intento fallido de desahogar lo que siento, se atropellan las ganas de contestar. Me viene tu olor, tu pelo, tu respiración serena al dormir, tu tendencia a refugiarte en mis brazos y el tacto de tu barba a medio afeitar. Me siento sola en la cama, el bolso me pesa, cargado de objetos inservibles.
Intento encontrarme en cada rendija de la pared, en cada mota de polvo, darme sentido. Esbozo un repertorio de muecas frente al espejo, dejo que el sol me ciegue.
No tuviste el valor necesario en su momento. Me sentía inválida, ante una pantalla de movimientos inimitables. Cuántos colores. Qué difícil.

La cantinela de la locutora del telediario, servicios mugrientos de bares de carretera, amigos con antecedentes penales, mi hermano poli-toxicómano. Siempre quise ser como él, jugar sin miedo a cansarme, tener buenas ideas y un par de piernas fuertes para dar saltos en el barro. Contar con la tarde entera, olvidar lo que podría estar echando en falta, no dejarme convencer, vestirme con lo primero que encuentre en el armario, ver la función desde tu asiento. Qué bien.

Me iré a Lisboa y seguirá habiendo ruido de viento que me recuerde a tí. Ladridos de perros de lugares escondidos. Seguirá habiendo razones para no descansar. Levántate y echa a correr, quiero agotarte a imágenes, hacerte pelear, reconocer y gozar con la sangre roja resbalando por tus mejillas. Existen las guerras, los secuestros, las mentiras grandiosas, los incendios. Existe un pueblo llamado Mataró y vida más allá de él.

Respira su aire, trágate sensaciones sin nombre. Desnúdate ahora y deja que te toque. Quiero mancharme y meter en mi mochila enteros todos estos días.

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