miércoles, 25 de junio de 2008

Función Expresiva

La precisión interpretativa de los sentidos, el aplauso sincero al terminar la función, el abrazo, el esbozo de experiencias memorables. Me pierdo en los huecos entre milímetro y milímetro, me reservo, cierro el candado de la puerta con disimulo y doy la espalda hacia la única pared de las que me rodea que sigue transparente.

Irrompible me creía, un par de bofetadas a tiempo que me hagan pisar la calle descalza, volver a la realidad, a aquel que un día se descubrió como un desconocido, al shock de no verme capaz de asumir la sorpresa. Serenamente, reptando suave entre las baldosas, silenciosos paseáis, lento, ante mi vista incrédula y mis nervios punzantes, los que me impulsan a correr y a saltar todas las vallas, a presentarme desnuda si es preciso, como dirían los entendidos, a bordarles el papel.

Encojo las piernas, me retuerzo, bloqueo el obturador, te dejo atrapado dentro contra tu voluntad, pero con cariño te acaricio el pelo para intentar que no desees escapar. No entiendo el tiempo, me hablan de segundos, de fragmentos, de transporte, de peso, de armarios roperos y habitaciones de diseño. Apuntes que no volveré a mirar, quizás papeles arrugados. Asumo y me tatúo el aprendizaje que se cuela a través de mi filtro, y no me canso de detenerme continuamente en él.

La ascensión a los cielos de Carrero, el puño en alto, las palabras enervadas de mi abuela, la transformación del calor, emisiones experimentales, la escoliosis, los hospitales de noche, el silencio, materiales reversibles, polaridad invertida, electricidad. Etapas primitivas. Mi sangre de un rojo fantástico resbalando desde mis muñecas. El dolor inexistente de los cuerpos ajenos, el dolor que escuece y te retiene, un regalo para el narciso introvertido. Señales en línea. Un cuello prohibido, un lugar incómodo, una voz insuficiente.

Escaleras demasiado altas, escasas ganas de comer que producen cien reportajes morbosos y mil niñatas envidiosas. Excursión al campo: viajo en coche por la costa con Christina, tumbo a Diego entre las espigas y lo devoro sin miedo. Tenso mis omoplatos y los músculos se contraen en fuertes impactos. Ahora tengo el sol, un espacio inmenso, un gato en la sombra, las uñas mordidas, un vestido corto de tirantes. Formo parte de mí misma, mis normas cambian a diario.

Ideas grandes y sanas; es mi tercer parto y me siento aún torpe, tiemblo, trato de convencerme y pido: "que todo salga bien". Desconecto los receptores de sonido y disfruto del privilegio de no tener que escuchar nada. Tomo el relevo, aprendiz de fabricante de carcajadas, perfilo mi silueta. "Ocurre, confía en mí". Intercambios oficiales y fluidos de nombre impronunciable. Saludos desconcertantes, despedidas obviadas. Fantasmas que nunca llegaste a tocar.

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