miércoles, 25 de junio de 2008

Invisibles

Amarte con solo mirarte. Tener todo el tiempo, no detenerme en nada. Que vuelves y me entregas sueños, escenas, un futuro de color cierto y unos brazos en los que envolverme. Un cuerpo al que no me cansaré de mirar. El chico al que nunca quise trataba de explicarse: ojala fuera pintor para encontrar un modo de expresarme.

Encontrarte después de tantos años, tú que sin darte cuenta colocaste este par de alas en mi espalda y me echaste a volar. Tú, tan insignificante, tan lejos y tan cerca, tan desconocida y tan mencionada. La luna y tú… Me basta con observarte, imaginarte, como siempre, no acercarme demasiado por si me descubres y ensucias mis planes sin estrenar. Tan perdida en tu pelo, en tus manos… dejarme la vida en tu sonrisa, olvidarme de todo si es preciso. Lo que sea.

Que me regalas belleza y no quiero ignorarlo, que se me escapa la mirada, que me desnudo de disfraces, que te hago entender, que te zarandeo y en un chasquido de dedos me encuentro sola contigo, en el mundo de El chico que hablaba sin palabras, y dejamos que la luz de la noche siga penetrando. Pasan los segundos tan rápido como queremos. Nos manejamos. Túmbate sobre mí y duerme, y quien quiera que llame a la puerta.

Me descalzo para sentir el frío del suelo, como aquella madrugada tan triste. Cuento hasta tres y juego a dejar la mente en blanco, a escuchar un despertador inexistente, a mirar cómo se escapan los pájaros que dibujé en un papel. Reclamo a gritos los tesoros que ayer me llenaban las manos, las calles atestadas de gente entre la que difuminarme. Reclamo el poder de ser invisible y de encontrar los polvos mágicos en el momento adecuado.

Me intimidas, me exiges sinceridad, me regalas algo grande y siento la deuda de compartirme también contigo. Reconozco el secreto frágil apoyado en mis rodillas, pido complicidad, y me respondes guiñando un ojo.

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