Rugió el león anunciando la película. Nadie agarra mi mano en este escenario de silencio e incertidumbre, siendo el momento de recibir los aplausos.
El amigo Oxígeno se pilló un berrinche. El amigo Cristal yace roto en el suelo, hecho pedazos. Un dolor indescriptible, dice. Nunca volverá a ser el mismo.
Cierro la puerta detrás de mi y avanzo, corriendo, ganando velocidad. Atravieso esquinas, trepo a garra todas las tapias, salto hogueras y esquivo balas descubriendo un talento innato.
Nena gritando a voces sus complejos. Nena rara, buscando llamar la atención.
Fenómenos celestiales inesperados y letales, corrientes de viento en espiral chocando en el aire como máquinas de tren.
Es el capítulo de las despedidas, nena, nadie te prepara para algo así.
Oscilo en movimientos pendulares: a la izquierda "te echo de menos", a la derecha "esto nunca pasó".
Exagerada, dramática, amante de la performance.
Guardo en un baúl secreto los secretos que él me confesó de noche. Estaba inspirado, decía. Imaginaba, me contaba, y se reía. Dormía largas horas hasta el amanecer. Y al despertar calmaba su hambre devorando recuerdos.
Aida lo sabe. Ha tenido que decir adiós varias veces. Y no encontró consuelo ni dentro ni fuera de los imponentes muros que construyó alrededor de su cuerpo y sus palabras.
Reconozco la voz que resuena entre la máscara y mis labios. Ahora Bárbara me guiña un ojo antes de salir a escena, me envuelve en sus brazos y me cubre el corazón con su vestido negro de funeral.
Nunca tan auténtica como al presentarme con otro nombre.
Agonicé hasta la asfixia al amparo de una madre tóxica.
Mis delirios me encajaron un corsé, una cresta punk y un tutú de color rosa.
Os abrazo compañeros, antes y después de terminar la función. He abierto bien ojos y mente, ha sido un regalo conoceros, ojalá no perderos nunca.