viernes, 19 de abril de 2013

Violeta fresa ácida

A fresa ácida sabías.
Al verano por llegar, 
a las bicis, ya sabes.
Pelo revuelto por el viento.

En un ir y venir
de maquinaria desgastada,
tornillos aflojados,
hierro cubierto de óxido.

Te admiro desde lejos,
y me dejo llevar en atardeceres como este.
Me refugio entre la hierba más alta
y planeo quizás trepar el árbol.

Los ojos azules siempre me impactaron.
Y en tí, tu sonrisa extraña,
tus dedos largos,
tus piernas tan firmes.

Recogías el equipaje y subías de nuevo al tren.
Te dejabas acariciar por manos ajenas,
y dormías.

Y ahí estaba tu sabor, el atardecer,
la tierra secada al sol.
Ahí estaban las palabras que sobraba decirse.

Las ramas altas,
la mirada felina,
el lamento por todo lo olvidado.

Creían que no íbamos a crecer,
Chico-Pantera.
Confiaban en encontrarse siempre
con su sombra alargada en el asfalto.

Iban sin ropa, andaban descalzos,
tampoco llevaban reloj.

Y entonces creyeron saber, ya de mayores,
que todo cambia y se transforma, 
y que nada permanece.
Que en nada hay ya que creer.

Apagaron sus gemidos cuando llegaba la noche,
esquivaron la luz por miedo a cegarse.
Negaron el camino, la utopía.

Aplaudiámos al terminar la función,
satisfechos de un trabajo bien hecho.

Más aquí que allá,
más lejos que cerca.
Mi piel apenas reconoce el deseo.

Y tu color: violeta.

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