Me mirabas desnuda.
Fumabas y tarareabas una canción de Extremo.
Decidí: vestir tus cardenales, sentir todas las caricias que nunca te han dado,
llenar tus pulmones de aire limpio y empezar de nuevo la cuenta.
Decidí: ponerme plumas y volar, darte cobijo una noche más,
y dormir entre el colchón y mis sábanas de mentiras piadosas,
y recuerdos de instituto.
Un payaso sin disfraz, una boca ensangrentada.
Jerseys de manga larga, y sin nada que cenar.
Un tabique de hielo: tan impenetrable como frágil.
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