miércoles, 2 de enero de 2013

2.922 días

He esnifado tanta alegría
que me olvidé de respirar.

Me hablas de África, de Japón,
dices que no necesitas libros,
que nunca más te dejarás marchitar.

Y yo aprieto entre mis manos tus palabras.
Repito: todo cambia,
y tu insistes: nunca más.

Lejos, aún más lejos.

Tanto, que asumirte significa
intentar nadar en el asfalto,
caminar sobre el agua,
y ante todo pensar: por qué no?

Entre aspavientos e histeria contenida
procuro medir cada dosis que te entrego
de todo cuanto he llenado mis bolsillos.

Contigo el fracaso es también victoria,
y admitirlo el primer paso para no decidir
cerrar la puerta tras de ti y olvidarte. 
Y perderte.

Muchos días en muchos años,
crecimos, como todos,
(los chicos se hicieron grandes).

Me deshice en excusas,
escribiendo sexo y libertad en la misma bandera.

“Mi mundo interior es tan grande
que caben fundamentalismos y neutralidad por igual”.

Aquí no valían guiones,
arrancarle el pelo al personaje al intentar retenerlo
y que duerma cada noche a tu lado.

Terminé la carrera, sí, me hice actriz.
Ahora pinto paredes con los nombres de quienes no me amaron,
de quienes me regalaron su silencio,
de ilusiones futuras (siempre),
y alguna posibilidad de autodestrucción.

Abriendo la jaula al animal salvaje,
protegiendo su vida.

Deseándome como nadie.
Abriendo bien las piernas, las manos,
averiguando en tu sonrisa de niño malo.

Fuego y humo, ya te dije.
Ya te dije, susurras.

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