domingo, 2 de febrero de 2020

As fal to

A cámara lenta se quiebran mis rodillas. Sólo este espejo consigue apaciguar el temblor: los años, la imperfección, el miedo a no estar a la altura.
Alguien me colocó en esta competición, y yo preferí, como siempre, tomarme a risa el juego.
La violencia me escupía saliva a la cara, agitaba su mandíbula y me enseñaba los dientes. Mientras tanto, buscaba en mis bolsillos los restos de algún guión perdido.
Encontré entre las rejas alivio: te presté mis manos, mi sonrisa, mi deseo ardiendo.
Estos túneles ahora guardan los mejores recuerdos, lo sabía. "Nena, abre bien los ojos. Nena, ahora puedes echar a volar".

Después de que el tiempo nos pusiera nombre, después de confirmar que el futuro incierto no existía, en este sucio callejón nos abrazamos, cómplices en la jugada.

El Chico de los Ojos Azules solía soñar despierto. Me hablaba de nieve, soledad, montañas inmesas. Entonaba canciones de dos acordes y me acompañaba en lo que creía que era locura pasajera. Teníamos 20 años. La casualidad volvió a sorprender.

Me asombro de la firmeza con la que mis pies afianzan sus pasos. Mis brazos juegan con el humo, abro mi garganta y trago: lágrimas, fuego, las cenizas de una habitación que alguna vez fue adolescente.

Me hubiera quedado inmóvil, muda, ojalá invisible. Sin trampas, sin disfraces. El eco de unos tacones lejanos y la mirada intensa de Javier Bardem.

El telón se abrió y arrastró consigo los ideales bajo el asfalto, el primer aplauso sobre un escenario, la visita de un dios en ese mismo instante. Esparció en el aire muecas difusas, alaridos chirriantes, tierra estancada en tuberías urbanas.

La gente viene y va, la gente viene y va...

Qué suerte haber atrapado fuerte la oportunidad de reencontrarnos, esculpir en equipo el mausoleo que permanecerá eterno tras la ausencia.


Esta música enfoca el plano definitivo: nos acaricia, me balancea, me abrocha el pantalón y me regala unos zapatos nuevos.

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