domingo, 2 de febrero de 2020

Pellas y pipas

Darte un abrazo, subirte a caballito, olerte el pelo.

Qué extraño este disfraz.

Tengo vagos recuerdos de tu compañía que se resumen en: pellas, paseos y pipas peladas en los bolsillos. Muchas risas. Un interés que no alcanzaba a superar mis ansias de experiencia.
Asumiste mi distancia en silencio y así pasaron veinte años. Éramos unos críos.

La pista de aterrizaje se cubrió de cristales rotos. El vuelo se retrasa. Maldita la ristra de imbéciles que entró nada más abrir la puerta.

Bueno, de todo se aprende, dicen.

Ayer me despedí de él. De su moto de viento y gasolina. De mis ojos abiertos como platos a su lado y mis labios perfectamente sellados.

Se acabaron las disculpas. Ví perderse a lo lejos su cabeza rapada y sus pintas de adolescente inconformista: tremendo desequilibrio adulto después.

Algo pasa, algo está pasando.
Los trenes ya no encuentran estación en la que detenerse. Octubre se estancó en la primavera.

Dices también, que te hacía gracia mi rareza, que tus chistes conmigo recibían siempre carcajadas y que no esperabas nada más.

Dices que en todo este tiempo no has vuelto a enamorarte como entonces.

Y qué idea tenía yo: ninguna.
Yo quería unas botas rojas para pisar con fuerza el asfalto, quería una banda sonora a la altura, quería ser Leyre en Piedras.

Y perder una mañana de domingo junto a dos extrañas sin tener nada mejor que hacer. Terminar en un bar de carretera. Seguir buscando al chico de la noria de feria en feria.

Debíamos tener 16 años, éramos unos críos. 

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