domingo, 2 de febrero de 2020

La tediosa e injustificable conversión a mariposa

Quisieron hablar pero no existían palabras.
No existía el tiempo, ni el viento. Silencio en un desierto helado donde, sin esperarlo, aún crecian flores.

No hizo falta afinar el instrumento antes de iniciar la melodía definitiva. Nos pilló a medio vestir, despeinados, con la cena aún al fuego y sin haber dormido en tres noches.

Pasaban las horas, últimas y eternas, tan efímeras sin embargo que resultaron imposibles de nombrar.
Al avanzar un paso más pisamos el resorte. Cayó de golpe el telón: el color que une la realidad con la inverosimilitud. El latir del corazón de un minúsculo insecto y el amargo llanto de un gorrión enjaulado.

Has ido a parar a una estación de metro abandonada, bajo el puente donde dos mendigos deshacían sus maletas.
Los chavales tiraban piedras al río, en el barro aún se distingue la huella de sus bicis en verano.

Nunca seremos tan jóvenes ni tan viejos. Te acerco hoy a tus manos, para que lo agarres con fuerza: el vaivén desbocado de los columpios al terminar el curso, canicas perdidas entre la arena, el mundo entero bocabajo. Te traigo aquel sueño que logró acortar el tiempo, música jazz, un café, montones de cuentos. Quizá te hagan más llevadero este viaje, esta metamorfósis que solo en sí misma encuentra su razón de ser.

Ver para creer que nada es verdad sin ser mentira.

Helena se marchó para olvidar cuando ya no le quedaban lágrimas. Y supo que te encontraría.

Volverás entre bandadas de pájaros, entre abejas, mariposas. Entre los pliegues de un agosto mojado, bajo el mar, quizás cuando atardece.

Hasta el marinero más hábil puede temblar al empuñar sus remos.

Los focos alumbran a la primera actriz. Hoy su personaje es una marioneta tartamuda que no espera aplausos al terminar la función.

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